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jueves, 26 de abril de 2012

Confesión



 Yo no creo en un Dios Omnipotente y Sabio. Más bien en uno frágil y bastante loco. Como además mi Dios es argentino, también es flor de gil. Olvida a quienes lo aman y favorece a unos pocos que no quieren a nadie. La mayor parte del tiempo se lo pasa ensimismado, como quien intenta resolver temas complejos a un alto costo. En esos momentos cuesta mucho llamar su atención: uno se puede quedar afónico de tanto rezar y con los nudillos en carne viva de tanto golpear a su puerta. Entonces, a veces, hace el milagro tan implorado, pero como nunca firma nada -¡El sabrá por qué! – cuesta mucho reconocer Sus Obras. Mi Dios no lo consideró demasiado para crear el mundo. Fue rápido: en una semana, estaba todo listo. ¡Pero qué digo! ¿Una semana? ¡Ni siquiera llegó! El último día se sintió agotado y se durmió hasta el día siguiente, que era Sábado, o tal vez Domingo. Considerando la enormidad de la creación, aunque divino, fue un verdadero acting, o sea, algo que se hace sin consultarlo con el psicólogo. ¡Y así salió! Al otro día, fue el primer Lunes del tiempo. Se despertó y contempló lo que había hecho. Sorprendido, dudaba entre salvar su creación o terminar con todo de una vez. Pensó en dar marcha atrás, pero no pudo. Al mundo le falta el botón de retroceso, así que no hay más remedio que seguir adelante y ver que pasa, como en un video trucho. Entonces, Dios, que no se cree perfecto, como ya dije, tuvo otra de sus maravillosas ideas y creó al Diablo, a ver si lo ayudaba a terminar con tanto lío. Pero resultó, a imagen y semejanza divinas, otro infeliz, con la diferencia de que es bastante más insistente, y no deja de tratar. Aunque de momento, tampoco lo va consiguiendo. Eso sí, se mete en cualquier lado sin saber para qué y haciéndole la vida imposible a cualquiera. Aparentemente, la única opción que le quedaba, era desaparecer del mapa, y mi Dios así lo hizo. ¡Es imposible encontrarlo en ningún lado! Nosotros, que estamos en el medio, como hijo de divorciados, lo buscamos, pero sin suerte. No quiere ser hallado. No quiere rendir cuentas. Si lo tiene, no contesta el celular. Solamente espera fieles admiradores agradecidos para convencerse de que este sitio no es tan malo. Mi Dios, como se ve, es un Dios torturado por el remordimiento. Eso es lo único que se me ocurre para sostener la fe. Creo en ese pobre tipo que no sabe como arreglar sus macanas. Que con gusto, cada noche, después de contemplar un día entero lleno de atrocidades, se entretiene imaginando un Apocalípsis como solución final pero, cuando a la mañana se despierta y siente el perfume de las flores, el olor de los amantes, y el gorjeo de las madres llevando a los pibes a la escuela, se lo piensa mejor y prueba un día más. Ada Fanelli.