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martes, 25 de junio de 2013

Psicología Social: En Ciencia y Alma.



No estudié psicologia porque soy una intelectual, sino porque no entendía muchas cosas de la vida y de la gente. Empecé, por supuesto, leyendo psicoanálisis y me hice muchas preguntas. Las suposiciones de Freud acerca de mi sexualidad, de la sexualidad de las mujeres de las cuales yo soy una, no coincidían con la realidad de mi experiencia y siendo el Dr. Freud un varón, decidí creerle a mi propia naturaleza. Desheché entonces el psicoanálisis, aunque más tarde me reconciliaría, cuando entendí que no es el único posible. Mis interrogantes continuaban, sin demasiado éxito acerca de proporcionarme respuestas. Por fin, una amiga me contó que estudiaba Psicología Social. Quise saber más, y ella, amablemente, esclar
eció mis dudas con una metáfora.
Fue creada, me dijo, por el Dr. Enrique Pichon Riviere. Para entenderla es necesario  imaginarse un grupo de personas sentadas en círculo. Cada una de ellas tiene un espejo dirigido hacia el centro, de manera que refleja a todos los otros espejos. Si alguno quiere cambiar la imágen de los demás, sólo necesita cambiar su posicion y cambiará el reflejo de los otros. Esa es la forma de cambiar el mundo, cambiando uno. Claro que los otros  tienen la misma posibilidad de modificar su posición cuantas veces quieran. Es lo que conocemos como interjuego de espejos.
La metáfora anidaría en mí para siempre, transformando mi forma de entender la realidad. Nunca más me sentí impotente. Años más tarde, yo misma sería psicóloga social. Hice la carrera tres veces, asi soy de apasionada u obsesiva, como más quieran. Incité a muchas personas a seguir el mismo camino y continuamente recibo sus agradecimientos. No todos trabajan de psicólogos sociales, muchos cambiaron de trabajo y otros siguen con el mismo, pero nunca de la misma manera, porque ahora tienen una herramienta para cambiar el mundo. Yo creo que la Psicología Social es una mística, no una carrera universitaria, aunque algunos hayamos ido a la Universidad. Esto no quiere decir que no cobremos nuestras horas de trabajo: ¡muchos místicos cobran!. Quiere decir, eso sí, que aunque no nos paguen vamos a seguir adelante. A veces, incluso, pagamos nosotros trabajando en otra cosa. Pero que quede claro: haciendo esa “cosa” también somos psicólogos sociales.
Nadie paga un boleto sin saber a dónde va, ni acepta la propuesta de un viaje que todos fantaseamos, pero nadie transita. Es el mercado de los que dan seguridades y saben qué es mejor. Cuando descubra mi error, ya habré invertido mucho esfuerzo y dinero, así que, tal vez, no me interese reconocer que no quería eso para mí.  
Hay que estar muy loco o desesperado para subirse a un colectivo con destino desconocido. Por eso trabajamos muy bien en situaciones de crisis, hospicios, duelos, adicciones y otras varias angustias públicas, como diría Moffatt. Asistimos a las víctimas de errores propios o ajenos, de la codicia, del desinterés, de los prejuicios. Cuando te robaron el presente, solo podés migrar hacia el futuro: cuando te falta el piso, saltás, a veces, al vacio, pero saltás. Nosotros sabemos que ese vacío simbólico no existe, que pensar el mañana como vacío es prolongar un presente ajeno.  La Psicología Social nos enseñó que existe la esperanza y que podemos construir el futuro a partir de ahora mismo. Feliz día del psicologo social, queridos locos colegas. Ada Fanelli.  




lunes, 17 de junio de 2013

Saborear





En el mundo solo hay dos maestros: el dolor y la curiosidad´-
Muchos acontecimientos se producen sin que sepamos como, y muchas cosas llegan a existir de la misma manera. Cosas que producen fascinación. Cuando la costumbre acaba con la fascinación, surge, en los espíritus inquietos, la curiosidad.
A veces esto no pasa, porque vivimos en un mundo que la desalienta. No importa como llega una imagen a la pantalla, importa que a una le siga otra, si es posible, mas excitante que la anterior. Si esto no pasa, nos aburrimos.  La mente, entonces, exige una  sorpresa tras otra. Nos hacemos adictos a la fascinación y la sorpresa, y nuestro pensamiento queda congelado. Entonces, claro esta, el aprendizaje no se produce.
Ignorantes de los ocultos procesos que mueven al mundo, con frecuencia quedamos atrapados en mecanismos desconocidos o tropezamos en obstáculos absurdos. Así, conocemos el dolor,  instructor inapelable, que llega para enseñarnos acerca de la realidad de las cosas con mano de hierro.
La curiosidad, siempre interrogante, se pregunta por que no supimos escucharla cuando susurró suavemente sus incógnitas en nuestros oídos. Pero es tarde.

El explorador observa y busca para dar cuenta de cómo son las cosas, el científico las explica, el artista las cambia y el místico las acepta.
Al principio, como niños, somos curiosos y todo queremos explorarlo, experimentarlo y  conocerlo.
Después, pretendemos comprenderlo, explicar con nuestra razón lo divino y lo humano. Sin embargo, al mismo tiempo, descubrimos también lo absurdo, lo inexplicable, lo incoherente y lo doloroso. Entonces llega el momento de cambiar, de mezclar la baraja para dar de nuevo. El dolor nos hace artistas y revolucionarios.
Pero después, todavía nos sorprenderá un nueva etapa. Si accedemos a ella, habremos encontrado la felicidad en este mundo. Es la contemplación. No debemos confundir contemplación con observación, aunque se parecen. Y este es el motivo por el cual ancianos y niños son buenos amigos.

La observación es previa a la acción, la contemplación, en cambio, no pretende saber, porque lo que había que saber, poco o mucho, lo sabe simplemente porque transitó el ciclo. Posee sabiduría en el sentido de haber experimentado el sabor de las cosas, de haber saciado el apetito y estar dispuesto al placer de los colores y las formas, de la música y la danza: desde luego, lo mejor que nos depara el banquete de la vida. Ada Fanelli