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lunes, 13 de abril de 2020

La vida es un viaje de estudios muy especial. Cada uno de nosotros viene al mundo con el programa de lo que necesita aprender bajo el brazo. Hay materias comunes que compartimos con la familia, los amigos, los compatriotas. Otras, creo que las mas importantes, o en todo caso las mas difíciles, parecen diseñadas a medida, vaya a saber dónde ni por quién. No podemos copiarnos de los otros, porque son únicas. No hay respuestas para aprender, las tenemos que ir inventando. Me da la impresión de que ni siquiera se puede decir si son acertadas o no. A veces, he ido comprobando con el paso del tiempo, que di la respuesta correcta cuando creía estar equivocada...o la equivocada, en la convicción de estar en lo cierto. En esos días de revisar papeles viejos nosotros mismos nos ponemos la nota o la mala nota. Y somos profesores inapelables. Supongo que al final, en una ceremonia secreta, nos entregaremos el diploma o nos diremos que no, que no hicimos lo suficiente y nos mandaremos a recursar.
Vaya a saber porque nos inscribimos en esta Academia. Lo mas cierto es que, como en cualquier otra escuela, lo mejor de todo son los recreos y los amigos. Dos motivos muy buenos para estar aquí. Ada
Aunque ahora nos toque cursar desde casa y virtual. Ada Fanelli, aprendiendo a usar el Zoom.

miércoles, 27 de marzo de 2019

El futuro es hijo de la esperanza y el coraje.
Si bajás los parpados o los brazos, te quedás sin futuro.
Alzá la cabeza, mirá lejos,
pisá firme, no dudes.
La panza de la esperanza enamorada se llama Patria,
y ahí se gestan nuestros hijos y nuestras hijas,
y ahí van a dar nuestros muertos con sus huesos.
Quien no respeta el vientre de la Patria, es un cobarde,
y el que inclina la cabeza al verdugo extranjero,
será gestor de su derrota.
Si en cambio, al defenderla, un patriota entrega el alma,
su alma, renacida,
vivirá para siempre,
en cada casa, en cada libro,
en el pan de cada mesa,
y en los zapatos embarrados de cada compañero. AF

sábado, 9 de febrero de 2019

Antes,
dibujaba con rasgos fuertes, afirmando el lápiz,
y usando colores complementarios.

Después,
transité hacia la gama de los malvas,
los tonos pastel,
las líneas sensibles.

Ahora, ya no me importa qué colores uso,
ni como trazo:
!Por que al fin sé como abrir la puerta para ir a jugar! AF


miércoles, 19 de diciembre de 2018


                                                 La otra historia del mundo. Ada Fanelli.

Lucy fue el nombre de la Primer Mujer. No Eva, Lucy. Y además, no había ningún Adán en su vida. Se lo tuvo que inventar. Lo necesitó cuando, después de pararse sobre sus patas traseras su pelvis se reveló negándose a mantener el fruto dentro de su vientre por mas de 9 meses. Lucy empezó a abortar. Aunque no habían pañuelos verdes y eso que le pasaba no tenía nombre. Y del aborto sobrevivía, a veces, esa pequeña cosa inmadura y vulnerable a la que ahora llamamos bebé. No andaba, no tenía dientes, solo berreaba alertando a los lobos que, golosos, venían a por él. No había tampoco cochecito para llevárselo, ni baby seat donde depositarlo, ni mochilas para bebés. Las demás hembras estaban en las mismas condiciones. Francamente, era una época deplorable. Todavía nadie había inventado nada. Podía sostenerlo en brazos, eso si. Pero si lo hacía, debía olvidarse de cazar, de treparse a los árboles o de cualquier otra posibilidad de obtener comida. Claro que Lucy no era tonta. Y seguramente mientras daba de mamar, hambrienta, llegó la gran idea. El día que a Lucy se le ocurrió inventar el marido fue un gran día. Al mismo tiempo, inventó la familia y, porque no decirlo, la neurosis.  Pero aseguró la sobrevivencia de la humanidad hasta el siglo XX. Unos cuantos miles de años. Se trataba de un negocio que favorecía a ambas partes: él obtenía sexo a cambio de compartir la carne, las pieles y los frutos que recolectaba. Ella obtenía alimento para sí misma y especialmente para sus crías. Pasó el tiempo y el negocio prosperó. Cada vez había mas gene en el mundo. Con sus tirones y negociaciones, claro, como cualquier negocio. Pero sobrevivió. Sobrevivió a la llegada de la agricultura, y se perjudicó con el descubrimiento de la ganadería. Eso es largo de contar y este no es el lugar. En otro momento tal vez. Algunas lo hacían mejor y otras peor. Pero no lo hacían solas: la sociedad estaba plagada de reglas al respecto, y todas muy bien justificadas. En otro momento, si quieren, también les puedo contar. Lo importante es que todos aceptaron. Era eso o la extinción. Hasta que a mediados del s XX se produjo otro gran invento para la humanidad: El control de la natalidad.
Causa o consecuencia del feminismo, depende como lo miremos. En todo caso, su herramienta mas efectiva. Las mujeres nos empoderamos. No contra los hombres. Ellos no formaban parte del problema, fueron, hasta entonces, la solución. Claro que no era una solución demasiado buena, pero era lo que había. Y en algunos casos, porque no decirlo, resultaba. No lo obtuvo la mayoría, aunque la mayoría esperaba conseguirlo: el buen marido, la esposa ardiente, el gran amor. El gran amor se impuso como el mejor negocio de todos los tiempos. Hasta que cambió el mercado.
El control del cuerpo femenino por parte de la misma mujer, permite decidir cuantos hijos  tener o cuando hacer el amor. Ya no somos maquinitas de escupir bebes, vivos o muertos, lo queramos o no, resultado de una violación, de un gran amor, de un infeliz que te engaño, la naturaleza, siempre inapelable, nos ponía en capacidad de parir una vez al año. No por mucho tiempo, claro. Por eso las madres morían tan jóvenes.  O eso, o ser vírgenes en una caja de cristal, como en el cuento, o en el convento. La mejor opción para sobrevivir era no ejercer la sexualidad. Aunque para los hijos, el mejor plan era que la sociedad les proporcionara madres casadas.
Fueron tiempos duros, pero gracias a la llegada de las pildoritas y los conocimientos científicos, empezó una vida mucho mas tranquila y larga para todas. El mercado del sexo cambió y se hicieron muy diferentes lecturas del hecho. Fue la época en que los jóvenes exclamaron: -“¡A coger que se termina el mundo!” Y de hecho, terminó un mundo y aquí estamos, en los umbrales de otro.
Muchos varones empezaron a visitar los cuartos femeninos suponiendo que ahora no había que pagar para eso. Total, ella era moderna. Ellas, sin embargo, decían que sí, bueno, pero esperando que él se enamore y se quede.  Difícil circunstancia, considerando la sobreoferta. No olvidemos que el deseo surge de la carencia. Y si de algo no carecen los varones en estos tiempos es de camas hospitalarias. Nosotras, al menos una mayoría de nosotras, todavía dominadas por la Ley del Silencio, tardamos mucho en preguntarnos  ¿Soy feminista? Durante mucho tiempo tuvimos que guardar la palabrita mejor de lo que nuestras madres guardaban su virginidad. Feminista era sinónimo de lesbiana, de marimacho, de machista al revés. Es decir, de minas que querían ocupar el lugar de los hombres porque no se resignaban a ser mujer. Y entonces los varones alzaron la ciencia como arma y nos gritaron “fálicas” e “histéricas”.
Pero la historia es dinámica, y siguió cambiando. Aunque no lo suficiente todavía, ni tan rápido como quisiéramos.
Sin embargo, decir feminista ya no es mala palabra. Al menos, entre gente que lee, por lo menos, los diarios. Ya nadie se anima a negar las reivindicaciones de las mujeres. Los recalcitrantes  de ambos géneros, que sobreviven, buscan otros flancos: el niño que no nació, por ejemplo, o sea el que aún no es niño. No soportan la realidad: las mujeres ya no se compran ni se venden. Acostumbrados a que la pareja dependiera de la belleza de la dama y el bolsillo del caballero, no saben cómo emparejarse. Nos pasa un poco a todos. ¿Hasta dónde negarse? ¿Hasta dónde insistir? Todavía no aparecen las nuevas reglas y nadie sabe muy bien como relacionarse con el otro.
Si, por supuesto, sabemos cómo se hacen los niños. Pero el interés llega hasta la inseminación, a cargo del varón, o del parto, a cargo de la mujer, nueve meses guardiana del espermatozoide, no del niño. Es mentira que el niño importa. Porque si a alguien le interesara de verdad, no habrían  tantos chicos mendigos, durmiendo a la intemperie, sin escolarizar, víctimas de una sociedad verdaderamente indiferente y abortiva de los mas vulnerables. No hay marchas de mujeres decentes increpando al Estado por los niños que no comen, o por las escuelas que faltan. Lo que importa es cuidar el espermatozoide que se nos dio en custodia. Pura falsedad. Se está cuidando un buen negocio condenado a desaparecer: los hombres proveen, las mujeres soportan.
El mercado cambió. No se venden ni se compran personas. La discusión hoy es mas amplia y también mas profunda. En esta sociedad de paridad de oportunidades, de libertad sexual: ¿Quién se hace cargo de las consecuencias? Es decir, de los niños que esa libertad trae al mundo. ¿Quién los cría? ¿Quién los cuida? ¿Quién paga por su comida, su ropa, su escuela, su vivienda, su salud?  Tengamos la auténtica discusión en profundidad: eso sí es feminismo. Las magrísimas cuotas alimentarias que los padres “otorgan” por sus hijos solo sirven para llenar de fotos de padres felices el facebook. Padres de fin de semana, siempre y cuando la “nueva” lo permita. Padres que ganan mas que sus ex, pero que lo disimulan con dobles contabilidades, plata en negro o simplemente por que sí. Ese es el verdadero problema que tenemos las mujeres: sostener el futuro. Cierto, reducir la cantidad de niños alivia la carga y nos permite salir a trabajar. Ese “permitido” personal nos deja cada vez mas solas y con mayor  cantidad de responsabilidades en una sociedad que da vuelta la cara hipócritamente. Varones que no se hacen cargo, abuelas que responden “yo ya crie”, votantes que acusan a las mujeres pobres de ·”tener hijos por la subvención”, ignorando, a propósito, el trabajo increíble de criar un niño. Nadie tiene mas responsabilidad que una madre. Y muy pocas son las que no se hacen cargo, independientemente  de su nivel cultural, rol social o cualquier otra distinción. Algo que desconocen las mujeres jóvenes y los varones. El verdadero desafío del feminismo es blanquear ya, y de una vez por todas, que no hay esfuerzo mayor que poner un hijo en el mundo. Única manera, por otro lado, de que el mundo siga andando: disponer de cuidado.
Fue Lucy quien tomó esa decisión como mejor pudo, y resultó. Las que vinieron atrás, la seguimos. Y amar a nuestros hijos mas allá de toda condición no debiera ser nuestra única recompensa, y menos aún, debíamos pagar por ello. Al fin y al cabo, todos, de alguna manera, nos beneficiamos con el trato.
Porque a lo largo de esta historia las mujeres desarrollamos la capacidad de hacernos cargo de los mas vulnerables, sean niños, ancianos, enfermos, discapacitados, ignorantes. La capacidad de maternar no es exclusiva de las madres, muchas no lo son y ejercen el maternaje. Tampoco es exclusiva de las mujeres: algunos nacidos varones, desarrollaron o aprendieron la capacidad de cuidar de otro. Este hermoso, heterogéneo e imprescindible colectivo mayoritario, sin embargo, presenta serias dificultades para cuidar de sí mismo. Incluso cuando cambian las reglas, no reclaman que funcionen para ellos. Pero últimamente se están empezando a mirar entre sí. Y al mirarse, empiezan a considerar que tal vez el sacrificio no debía ir siempre de la mano del amor. Que se puede vivir de otra manera. Reclamando por las propias necesidades sin ser enemigos del otro. Y para eso sirve el feminismo. Para que nos cuidemos, para que disfrutemos de la posibilidad de disponer de nuestros cuerpos en libertad y en contra de nadie. Es lamentable que algunos no lo entiendan así, porque quien no puede aceptar la libertad ajena, se condena a perder la propia.  AF



miércoles, 11 de abril de 2018

Un buen invento





Dios hizo a los ángeles en primer lugar para que colaboraran en la creación del resto del mundo. A continuación creó a las mujeres, ya preñadas, de cuyas entrañas fueron surgiendo los hombres.
Después, pensó en darles un hogar.
Convocó a sus ayudantes y explicó sus propositos.
-Haré un mundo redondo-dijo- para que nadie pueda estar por encima de nadie.
-Si -contestaron los ángeles contemplando cómo se plazmaba la idea divina en ese mismo instante.-. Pero hay cumbres y hay abismos. ¿No los utilizarán algunos para elevarse y sentirse, así, superiores al resto?
-Es cierto. Tenéis razón. -dijo Dios- Enrareceré la atmosfera en esos sitios y serán inhóspitos. Demasiado oscuros o demasiado fríos. Nadie podrá sobrevivir allí.
-Sí -intervino otro ángel- Pero: ¿y si quieren elevarse por medio del intelecto superior que les brindaste, y confunden el camino?
Esta era una buena pregunta y la respuesta exigió un rato de meditación.
Al fin, Dios se pronunció exclamando:
-¡Ya sé! Respetaré su libre albedrío, pero hallarán advertencias si toman el camino equivocado. El dolor y el malestar los obligarán a apartarse y desearán encontrar la dirección correcta.
Satizfecho, se hechó a dormir un rato. Después de un tiempo, que fue mucho para la historia del mundo y sólo unos minutos para el sueño divino, los ángeles lo sacudieron hasta despertarlo.
-¡Señor! ¡Señor! - dijeron- ¡Observa! Algunos han conseguido someter a otros, obligándolos a construir altas torres y murallas. ¡Y adentro se creen superiores!
Dios comprendió que esta vez no tenía ante sí un problema sencillo. Aceptó haber cometido un error al poner dolor en el alma de los humanos. Ellos, en sus recorridos interiores, casi siempre elegían el camino más fácil, que los conducía, indefectiblemente, a sufrir. Parecia más simple huír de sí mismos sometiendo a los débiles que triunfar sobre las propias debilidades. De esta manera, la Gracia desaparece en un mundo de perezosos y cobardes.
Después de meditar algunos eones, surgió la gran idea. Tuvo que trabajar bastante, pero al fin quedó satizfecho.
El primer paso fue sellar en el alma de Unos la puerta de la Felicidad.
A   continuación, colocó en las almas de Otros la llave. Así, los hombres se necesitan Unos a Otros. Y aún más. Si alguno se coloca por encima y es amado, los demás podrán abrir sus corazones gracias a él, pero él mismo no lo conseguirá nunca, salvo que acepte descender de sus alturas reconociéndose al mismo nivel que su prójimo.
     Ahora sí, Dios descansa tranquilo. Sabe que sólo es cuestión de tiempo que sus criaturas descubran el infalile sistema que les permitirá disfrutar de la riqueza inagotable guardada en sus almas. Ada Fanelli.




“M”

Mujeres: muchas.
Mujeres partidas al medio como frutas,
por un amor desgraciado, por un mal parto,
por agacharse para pasar el trapo.
Apoyadas en la escoba, el recuerdo, los platos,
el detergente, la esponja y
la esperanza.
Madres con el corazón partido por un hijo malo,
por un teléfono que no suena, por el amor
que no llega.
Partidas al medio por la verdad, por la mentira,
por un hacha,
y por la plata que no alcanza.
Mujeres con la cabeza partida tratando de entender por qué no se rescata,
si eran tan felices, porque se dio a la mala vida, a la bebida, a la droga, a la otra.
Mujeres ricas, sobre tacos altos y tobillos hinchados por la indiferencia,
con la dignidad partida, pero bien maquilladas y perfumadas,
Mujeres obreras con el lomo partido,
Mujeres, mujeres, mujeres, mujeres,
desde siempre alumbrando, abortando, muriendo,
acunando, amamantando,
dando,
dando
dando
tanto.
Pero también
mujeres acumulando:
golpes,
desprecios, contagios.
Mujeres escarbadas en el sillón del psicoanalista,
hurgadas en la camilla del ginecólogo 
por la pija de acero del que sabe, por tu bien, relajate,
soltate, no te duele, no te duele, no te duele.
No jodas.
Solas, solitas,
solteronas.
Casadas,
amarradas,
viudas, expropiadas,
abandonadas, insultadas, humilladas.
Putas, histéricas, enamoradas,
frígidas, cansadas.
Cansadas de buscar sin encontrarlo,
arrepentidas de haberlo encontrado,
Mujeres con los brazos y las tetas y los ojos desbordados de hijos
y de hijas
suyos y de otros.
Mujeres envenenadas, reventadas,
partidas por el veneno de la envidia,
en la imagen partida del espejo roto.
Con la mirada partida por la ausencia,
por la distancia,
por el encierro,
por la intemperie.
Mujeres partidas partiendo juntas, 
tantas,  todas,
Enfrentando, vencedoras de la muerte,
reclamadoras de la vida. Mujeres parando el tráfico, las máquinas,
los malos tratos.
Mujeres a punto de partir, a punto de parir,
llenando las calles de niños,
levantando las voces y las risas,
exhibiendo los pechos y las banderas,
desvestidas,
malvestidas, poco vestidas,
trasvestidas.
Partiendo,
quién sabe a dónde.
pero están yendo.
Mujeres partidas por la vida
partiendo la historia de lado a lado,
partiendo a los generales que parieron
y las violaron,
a los presidentes que votaron
y las hambrearon, 
a los altares
frente a los que se arrodillaron,
a los curas
que abusaron de sus hijos,
a los falsos maestros y a los falsos profetas que las traicionaron:
Las mujeres están partiendo. Nadie sabe a dónde, pero están yendo.
Partiendo con la mirada el culo de los cobardes que huyen.
y el rostro de los pusilánimes que permanecen.  
Mujeres que apartan,
mujeres que se apartan,
mujeres que se juntan para decir
¡Basta!

 
 

  

martes, 8 de marzo de 2016























Lucy in the sky

Sorprendente evolución de la subjetividad femenina: 
De vacas a yeguas.

Como una milenaria Bella Durmiente, despertaba de su largo sueño. Después de permanecer miles de años oculta, unos jóvenes antropólogos la hallaron y la bautizaron “Lucy”, porque en ese momento escuchaban la canción “Lucy in the Sky” de Los Beatles. Sus huesitos eran los más antiguos encontrados hasta entonces y por eso se le otorgó el título de “Madre de la Humanidad”.
Sueño compartido, porque Lucy fue protagonista del inicio de una increíble historia que se transformaría en el inapelable destino de toda mujer. Después de vaya a saber que catástrofe natural, presionada por la posición vertical, la débil  pelvis femenina se abriría en una floración prematura de la cual se desprendían unos frutos que, si bien estaban vivos, eran ciegos, no masticaban por carecer de dientes y tampoco podían andar, porque sus miembros eran demasiado débiles. Ni siquiera respondían cuando se les llamaba. Podemos imaginar la frustración de Lucy  al compararse con las demás hembras cuyas crías se alzaban sobre sus patas enseguida de nacer para reclamar alimento. Y durante muy breve tiempo, porque rápidamente aprendían como obtenerlo por sí mismos. Así se comportaban todos los demás cachorros. Todos, menos el suyo. Lucy, con el gesto de mayor generosidad que recuerde la especie humana, no abandonó a ese pedacito de carne gritona a merced del clima y los lobos, sino que se inclinó, lo alzó y lo puso junto a su seno. Y allí lo mantuvo al abrigo de las inclemencias climáticas y los animales de presa, protegido de cualquier amenaza. Pero los días pasaban y el alimento se terminaba. Tenía mucha hambre, aunque en ningún momento consideró la opción de abandonar a su recién nacido. Faltaban aún miles de años para la invención de la rueda y el cochecito para bebes o el jardín maternal. No podía mantenerse silenciosamente al acecho o correr o trepar para conseguir comida con el pequeño en brazos. El problema era serio, muy serio, pero no estaba más allá de la capacidad de Lucy, que supo encontrar la solución. Tal vez no consiguió al mejor macho de la especie y alguna razón tendría él para aceptar ese trato. Nunca sabremos por qué compartiría el producto de su caza y su pesca con esa hembra recién parida cuando debía tener tantas otras hembras a su disposición. ¿Por amor, como queremos creer las mujeres? ¿O tal vez tenía alguna dificultad personal? ¿Era mas lento o mas débil o mas feo y por eso sufría el rechazo? No lo sabremos. Lo cierto es que el intercambio se produjo.
Que la mujer fue el primer objeto de una transacción económica no es algo que ignora un lector informado. Lucy estrenó marido y él dispuso de ella. Al mismo tiempo nacían la familia y el vínculo social. Una organización que dio origen a muchas, como la agricultura y la ganadería, el patriarcado, la monarquía, la propiedad privada, el trabajo, la educación, el capitalismo, la guerra, entre algunas costumbres humanas. Gracias a unas y a pesar de otras, así seguimos creciendo y multiplicándonos. Hasta ahora, o mejor dicho, hasta la década de los cincuenta, cuando un revolucionario invento exoneraría por fin a Lucy de sus inapelables deberes. Sometida por las condiciones que su cuerpo le imponía, debió aceptar lo que se le ofreciese. Pero esos tiempos parecían llegar a su fin. Ahí estaba la píldora anticonceptiva entre otros métodos de control de la natalidad, y la hembra humana vio cómo se abrían las puertas de aquella cárcel auto impuesta. Las mujeres actuales conocen y controlan sus ciclos biológicos decidiendo cuantos hijos van a tener y a qué edad. Al menos las que viven en países algo civilizados y pertenecen a las clases medias y altas. Sin embargo, poco pasó para que comprendiera que nuevas oportunidades traen otras exigencias. Si antes se veía obligada a tener cuantos hijos la vida quisiera enviarle, ahora se le exige control  y es su culpa cuando no lo consigue. Tan criticada es por tener muchos hijos como por no tenerlos. Por no haber acertado con la elección de parejas adecuadas así como por no tener pareja.    
El noble animal que nos da la leche, al cual quitamos sus hijos, y que nos cede su carne para el asado y su cuero para hacer zapatos, esa bestia que es la base de nuestra alimentación y riqueza, ya no constituye una metáfora de la condición femenina. Entrenada para soportar la entrega de su sexualidad y con ella su cuerpo,  su tiempo y con él su vida, además, se le denegó el acceso a un pensamiento propio y con ello a desarrollar su inteligencia. De Jesucristo a Freud fue dicha por el discurso masculino y aprendió a pensar como se lo pedía la cultura patriarcal.  Pero al fin se produjo el milagro y Lucy  despertó decidida a romper con el injusto trato que ya no necesita suscribir, porque es dueña de sí misma. Asiste a clases y puede vender su tiempo en el mercado laboral como lo hacen los demás. Pero la libertad, que alumbra verdades, también revela mentiras. Lucy, después de vivir toda la historia suponiéndose amada, está descubriendo que eso podría no ser tan cierto
Al principio le pareció justo ejercer su sexualidad como lo hacen los varones. Y para ello fue alentada con entusiasmo. Pero no funcionó. Esperó la llamada mágica de un amor que nunca vino. Lo creyó oculto entre las sábanas transpiradas cuyo único destino fue el lavadero. Si antes se le permitía cuidar de sus hijos de forma gratuita, ese derecho expiró y ahora necesita pagar por hacerlo. En una etapa anterior podía homologarse a las vacas, bien alimentadas a condición de parir hijos para el matadero. Y aunque ella no quiera eso, el mercado sigue exigiendo hembras apetecibles de carne firme, piel tersa, músculos fuertes. Ninguna ley moral condena a un ganadero que mantiene en su hacienda a mas de una vaca mientras las pueda alimentar a todas. La poligamia sigue existiendo de manera desembozada o discreta en todas las culturas. Y aunque con la liberación las mujeres supusieron que también a ellas les vendría bien un poco de variedad, no están contentas. Muy tímidamente al principio, pero recobrando fuerzas, buscan el amor además de la libertad. Y quienes habían confiado en la liberación femenina como una oportunidad para disfrutar de sexo gratuitamente, estaban olvidando que las consecuencias del sexo no son las camas deshechas sino los hijos, encontrándose ahora con reclamos a los que no saben cómo responder. Tal vez por eso, aunque todavía muchas veces las tratan como a vacas, las rebautizaron yeguas. Apelativo ambivalente, que tanto se aplica a la mujer que no obedece a ningún varón como a la mujer hermosa que todos los varones desean poseer. Claro que no es tan simple relacionarse con yeguas como lo era tratar con las vacas. No es un animal fácil de domesticar, y hacerlo requiere la especial habilidad de tratarla con dulzura y saberla montar.  
Confucio, sabio entre los sabios, dijo que aprendemos de tres maneras: por la reflexión, por la imitación y por la experiencia, siendo la peor de las tres esta última. La reflexión nos permite suponer antes de actuar, evitando errores. La imitación nos permite aprender de los errores ajenos para no repetirlos. Y por fin, quien afronta la actuación sin reflexión ni consulta previa se arriesga a que le vaya realmente muy mal. ¿Reflexiona nuestra sociedad acerca de las consecuencias de sus actos o solamente se dedica a odiar a las feministas (y a las féminas)?

No pretenderemos con estas pocas líneas encontrar una solución a este difícil conflicto, pero sí podemos alentar a la reflexión. La condición humana consiste, justamente, en superar nuestros aspectos salvajes, animales, primitivos. Se supone al feminismo como lo contrario del machismo, y así es. Pero necesitamos recordar que machismo es una ideología que supone a unos como mejores que otros, empezando por varones y mujeres, pero siguiendo con heterosexuales y homosexuales, blancos y negros, ricos y pobres. El feminismo no es lo opuesto al patriarcado porque las mujeres se pretendan mejores que los varones, sino porque sostiene que todos somos iguales. Iguales son los hijos que ponemos en el mundo independientemente de su género: potrancas o potrillos. Cuando Lucy levantó a su pequeño para abrigarlo y alimentarlo junto a su pecho, rescató en ese gesto a toda la humanidad. De la misma manera, cuando un hombre golpea a una mujer, cuando la apuñala o le niega lo indispensable para criar a sus hijos, comete un delito contra toda la humanidad. Es necesario que sea censurado colectiva e inapelablemente. A lo mejor comprendemos la necesidad de amar a nuestro  prójimo para no destruirnos los unos a los otros. AF