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martes, 8 de marzo de 2016























Lucy in the sky

Sorprendente evolución de la subjetividad femenina: 
De vacas a yeguas.

Como una milenaria Bella Durmiente, despertaba de su largo sueño. Después de permanecer miles de años oculta, unos jóvenes antropólogos la hallaron y la bautizaron “Lucy”, porque en ese momento escuchaban la canción “Lucy in the Sky” de Los Beatles. Sus huesitos eran los más antiguos encontrados hasta entonces y por eso se le otorgó el título de “Madre de la Humanidad”.
Sueño compartido, porque Lucy fue protagonista del inicio de una increíble historia que se transformaría en el inapelable destino de toda mujer. Después de vaya a saber que catástrofe natural, presionada por la posición vertical, la débil  pelvis femenina se abriría en una floración prematura de la cual se desprendían unos frutos que, si bien estaban vivos, eran ciegos, no masticaban por carecer de dientes y tampoco podían andar, porque sus miembros eran demasiado débiles. Ni siquiera respondían cuando se les llamaba. Podemos imaginar la frustración de Lucy  al compararse con las demás hembras cuyas crías se alzaban sobre sus patas enseguida de nacer para reclamar alimento. Y durante muy breve tiempo, porque rápidamente aprendían como obtenerlo por sí mismos. Así se comportaban todos los demás cachorros. Todos, menos el suyo. Lucy, con el gesto de mayor generosidad que recuerde la especie humana, no abandonó a ese pedacito de carne gritona a merced del clima y los lobos, sino que se inclinó, lo alzó y lo puso junto a su seno. Y allí lo mantuvo al abrigo de las inclemencias climáticas y los animales de presa, protegido de cualquier amenaza. Pero los días pasaban y el alimento se terminaba. Tenía mucha hambre, aunque en ningún momento consideró la opción de abandonar a su recién nacido. Faltaban aún miles de años para la invención de la rueda y el cochecito para bebes o el jardín maternal. No podía mantenerse silenciosamente al acecho o correr o trepar para conseguir comida con el pequeño en brazos. El problema era serio, muy serio, pero no estaba más allá de la capacidad de Lucy, que supo encontrar la solución. Tal vez no consiguió al mejor macho de la especie y alguna razón tendría él para aceptar ese trato. Nunca sabremos por qué compartiría el producto de su caza y su pesca con esa hembra recién parida cuando debía tener tantas otras hembras a su disposición. ¿Por amor, como queremos creer las mujeres? ¿O tal vez tenía alguna dificultad personal? ¿Era mas lento o mas débil o mas feo y por eso sufría el rechazo? No lo sabremos. Lo cierto es que el intercambio se produjo.
Que la mujer fue el primer objeto de una transacción económica no es algo que ignora un lector informado. Lucy estrenó marido y él dispuso de ella. Al mismo tiempo nacían la familia y el vínculo social. Una organización que dio origen a muchas, como la agricultura y la ganadería, el patriarcado, la monarquía, la propiedad privada, el trabajo, la educación, el capitalismo, la guerra, entre algunas costumbres humanas. Gracias a unas y a pesar de otras, así seguimos creciendo y multiplicándonos. Hasta ahora, o mejor dicho, hasta la década de los cincuenta, cuando un revolucionario invento exoneraría por fin a Lucy de sus inapelables deberes. Sometida por las condiciones que su cuerpo le imponía, debió aceptar lo que se le ofreciese. Pero esos tiempos parecían llegar a su fin. Ahí estaba la píldora anticonceptiva entre otros métodos de control de la natalidad, y la hembra humana vio cómo se abrían las puertas de aquella cárcel auto impuesta. Las mujeres actuales conocen y controlan sus ciclos biológicos decidiendo cuantos hijos van a tener y a qué edad. Al menos las que viven en países algo civilizados y pertenecen a las clases medias y altas. Sin embargo, poco pasó para que comprendiera que nuevas oportunidades traen otras exigencias. Si antes se veía obligada a tener cuantos hijos la vida quisiera enviarle, ahora se le exige control  y es su culpa cuando no lo consigue. Tan criticada es por tener muchos hijos como por no tenerlos. Por no haber acertado con la elección de parejas adecuadas así como por no tener pareja.    
El noble animal que nos da la leche, al cual quitamos sus hijos, y que nos cede su carne para el asado y su cuero para hacer zapatos, esa bestia que es la base de nuestra alimentación y riqueza, ya no constituye una metáfora de la condición femenina. Entrenada para soportar la entrega de su sexualidad y con ella su cuerpo,  su tiempo y con él su vida, además, se le denegó el acceso a un pensamiento propio y con ello a desarrollar su inteligencia. De Jesucristo a Freud fue dicha por el discurso masculino y aprendió a pensar como se lo pedía la cultura patriarcal.  Pero al fin se produjo el milagro y Lucy  despertó decidida a romper con el injusto trato que ya no necesita suscribir, porque es dueña de sí misma. Asiste a clases y puede vender su tiempo en el mercado laboral como lo hacen los demás. Pero la libertad, que alumbra verdades, también revela mentiras. Lucy, después de vivir toda la historia suponiéndose amada, está descubriendo que eso podría no ser tan cierto
Al principio le pareció justo ejercer su sexualidad como lo hacen los varones. Y para ello fue alentada con entusiasmo. Pero no funcionó. Esperó la llamada mágica de un amor que nunca vino. Lo creyó oculto entre las sábanas transpiradas cuyo único destino fue el lavadero. Si antes se le permitía cuidar de sus hijos de forma gratuita, ese derecho expiró y ahora necesita pagar por hacerlo. En una etapa anterior podía homologarse a las vacas, bien alimentadas a condición de parir hijos para el matadero. Y aunque ella no quiera eso, el mercado sigue exigiendo hembras apetecibles de carne firme, piel tersa, músculos fuertes. Ninguna ley moral condena a un ganadero que mantiene en su hacienda a mas de una vaca mientras las pueda alimentar a todas. La poligamia sigue existiendo de manera desembozada o discreta en todas las culturas. Y aunque con la liberación las mujeres supusieron que también a ellas les vendría bien un poco de variedad, no están contentas. Muy tímidamente al principio, pero recobrando fuerzas, buscan el amor además de la libertad. Y quienes habían confiado en la liberación femenina como una oportunidad para disfrutar de sexo gratuitamente, estaban olvidando que las consecuencias del sexo no son las camas deshechas sino los hijos, encontrándose ahora con reclamos a los que no saben cómo responder. Tal vez por eso, aunque todavía muchas veces las tratan como a vacas, las rebautizaron yeguas. Apelativo ambivalente, que tanto se aplica a la mujer que no obedece a ningún varón como a la mujer hermosa que todos los varones desean poseer. Claro que no es tan simple relacionarse con yeguas como lo era tratar con las vacas. No es un animal fácil de domesticar, y hacerlo requiere la especial habilidad de tratarla con dulzura y saberla montar.  
Confucio, sabio entre los sabios, dijo que aprendemos de tres maneras: por la reflexión, por la imitación y por la experiencia, siendo la peor de las tres esta última. La reflexión nos permite suponer antes de actuar, evitando errores. La imitación nos permite aprender de los errores ajenos para no repetirlos. Y por fin, quien afronta la actuación sin reflexión ni consulta previa se arriesga a que le vaya realmente muy mal. ¿Reflexiona nuestra sociedad acerca de las consecuencias de sus actos o solamente se dedica a odiar a las feministas (y a las féminas)?

No pretenderemos con estas pocas líneas encontrar una solución a este difícil conflicto, pero sí podemos alentar a la reflexión. La condición humana consiste, justamente, en superar nuestros aspectos salvajes, animales, primitivos. Se supone al feminismo como lo contrario del machismo, y así es. Pero necesitamos recordar que machismo es una ideología que supone a unos como mejores que otros, empezando por varones y mujeres, pero siguiendo con heterosexuales y homosexuales, blancos y negros, ricos y pobres. El feminismo no es lo opuesto al patriarcado porque las mujeres se pretendan mejores que los varones, sino porque sostiene que todos somos iguales. Iguales son los hijos que ponemos en el mundo independientemente de su género: potrancas o potrillos. Cuando Lucy levantó a su pequeño para abrigarlo y alimentarlo junto a su pecho, rescató en ese gesto a toda la humanidad. De la misma manera, cuando un hombre golpea a una mujer, cuando la apuñala o le niega lo indispensable para criar a sus hijos, comete un delito contra toda la humanidad. Es necesario que sea censurado colectiva e inapelablemente. A lo mejor comprendemos la necesidad de amar a nuestro  prójimo para no destruirnos los unos a los otros. AF    

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