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lunes, 14 de octubre de 2013

Viaje al centro de mi misma


Todo viaje es un viaje a las profundidades de uno mismo, recuperación de paisajes olvidados. Cuanto mas si uno viaja a la tierra de sus antepasados. En Corrientes nacieron, vivieron y murieron varias generaciones de las cuales heredo el mensaje genético. Cada vez que visito la provincia, sin saber como ni de donde, reconozco pinceladas, estilos, ecos que, sin embargo, nunca antes había visto. !Misterios de la vida! También me aprendo a mi misma un poco mas. De donde me viene esa manera de enfrentar esto o aquello, la fe -que a veces se me reprocha- por que algunas cosas me parecen tan importantes y otras no tienen para mi ningún valor. A veces, uno se siente un poco extraño en el sitio donde vivió toda la vida y donde, sin embargo, no consigue reconocerse del todo. Somos inmigrantes, de afuera y de adentro. De una lejana y añorada patria en Ultramar, abandonada quien sabe como o por que, pero también inmigrantes de esta tierra, nunca suficientemente nuestra. Sin embargo, a veces, algo late. Las lineas que copio mas abajo se trazaron asi, en el camino de unas vacaciones que devinieron cuasi "viaje iniciático". Vayan esas palabras para Corrientes, la ciudad que ve pasar el río y las barcazas cargadas de soja, arroz, madera. Para mi abuela, que siempre admiró a los elefantes porque eligen donde morir, y hoy conquistó su derecho a dormir para siempre donde quería, para mi madre y mis tías. Algunas se fueron, otras se quedaron. Pero también para mi hija, quien todavía cree que las raíces pueden echarse en cualquier parte. Y quien sabe, tal vez tenga razón. AF



Corrientes








Se estiran y retuercen los espinos
sufriendo la memoria del agua, 
entre el polvo seco
y la paja quemada.

Por un instante, una alegria verde los despierta,
pero la sequia arrecia y la espiral de púas cede sus trazos
bajo el cielo inalcanzable.

Corrientes reza y se persigna,
le pide a Dios que llueva 

y lo consigue, 

pero al rato, 
reza otra vez:

Ahora,  
para que deje de llover.

Bajo el martirio, dudando entre la inundacion y el fuego,
Corrientes se asoma a la orilla vestida como para una fiesta,
pero el Rio,
tumultuoso y ciego,
la ignora,
mira para otro lado,
se va lejos,
muy lejos,
lo suficientemente lejos.


Entonces, otra vez,
reza,
levanta una iglesia,
adorna con flores y luces a una virgen,
se persigna.


Alrededor, los lapachos iluminan el monte como una oración,
y las palmeras estiran sus cabezas
murmurando en lo alto
vaya a saber qué mensajes sagrados.


En esta tierra, hasta los arboles rezan.


En la fibra del timbo
duerme el alma de una silla, de una cuna y de un altar.

Mientras, el espíritu del sauce implora por buenos motivos:
el arroyo está seco,
y lo van cercando especies ajenas.


Pinos europeos,
eucaliptos australianos,
soja para darle de comer a los cerdos
en la China.


Es la globalizacion, que no reza,
pero avanza, implacable, sobre las vias
de los trenes abandonados a su destino de oxido.


A pesar de todo, Corrientes insiste
y ya tiene un santo nuevo 
sin aureola.



Mezcla de gaucho y espinas,
concede bendiciones bailando con la Muerte.

El alto en la ruta,
alcana para llenar el termo, 
encender un pucho, 
viendo como chorrea la sangre de las velas.



Las manos del peón y el niño bien,se juntan
para atarle una cinta colorada a la esperanza, 
dejando claro que 
siempre, 
todos,
algo necesitamos.

Un acordeón afónico, desde el fondo,
desparrama un chamamé con ganas.

Espiritu correntino, música sacra.



AF