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lunes, 14 de octubre de 2013

Corrientes








Se estiran y retuercen los espinos
sufriendo la memoria del agua, 
entre el polvo seco
y la paja quemada.

Por un instante, una alegria verde los despierta,
pero la sequia arrecia y la espiral de púas cede sus trazos
bajo el cielo inalcanzable.

Corrientes reza y se persigna,
le pide a Dios que llueva 

y lo consigue, 

pero al rato, 
reza otra vez:

Ahora,  
para que deje de llover.

Bajo el martirio, dudando entre la inundacion y el fuego,
Corrientes se asoma a la orilla vestida como para una fiesta,
pero el Rio,
tumultuoso y ciego,
la ignora,
mira para otro lado,
se va lejos,
muy lejos,
lo suficientemente lejos.


Entonces, otra vez,
reza,
levanta una iglesia,
adorna con flores y luces a una virgen,
se persigna.


Alrededor, los lapachos iluminan el monte como una oración,
y las palmeras estiran sus cabezas
murmurando en lo alto
vaya a saber qué mensajes sagrados.


En esta tierra, hasta los arboles rezan.


En la fibra del timbo
duerme el alma de una silla, de una cuna y de un altar.

Mientras, el espíritu del sauce implora por buenos motivos:
el arroyo está seco,
y lo van cercando especies ajenas.


Pinos europeos,
eucaliptos australianos,
soja para darle de comer a los cerdos
en la China.


Es la globalizacion, que no reza,
pero avanza, implacable, sobre las vias
de los trenes abandonados a su destino de oxido.


A pesar de todo, Corrientes insiste
y ya tiene un santo nuevo 
sin aureola.



Mezcla de gaucho y espinas,
concede bendiciones bailando con la Muerte.

El alto en la ruta,
alcana para llenar el termo, 
encender un pucho, 
viendo como chorrea la sangre de las velas.



Las manos del peón y el niño bien,se juntan
para atarle una cinta colorada a la esperanza, 
dejando claro que 
siempre, 
todos,
algo necesitamos.

Un acordeón afónico, desde el fondo,
desparrama un chamamé con ganas.

Espiritu correntino, música sacra.



AF



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