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miércoles, 19 de diciembre de 2018


                                                 La otra historia del mundo. Ada Fanelli.

Lucy fue el nombre de la Primer Mujer. No Eva, Lucy. Y además, no había ningún Adán en su vida. Se lo tuvo que inventar. Lo necesitó cuando, después de pararse sobre sus patas traseras su pelvis se reveló negándose a mantener el fruto dentro de su vientre por mas de 9 meses. Lucy empezó a abortar. Aunque no habían pañuelos verdes y eso que le pasaba no tenía nombre. Y del aborto sobrevivía, a veces, esa pequeña cosa inmadura y vulnerable a la que ahora llamamos bebé. No andaba, no tenía dientes, solo berreaba alertando a los lobos que, golosos, venían a por él. No había tampoco cochecito para llevárselo, ni baby seat donde depositarlo, ni mochilas para bebés. Las demás hembras estaban en las mismas condiciones. Francamente, era una época deplorable. Todavía nadie había inventado nada. Podía sostenerlo en brazos, eso si. Pero si lo hacía, debía olvidarse de cazar, de treparse a los árboles o de cualquier otra posibilidad de obtener comida. Claro que Lucy no era tonta. Y seguramente mientras daba de mamar, hambrienta, llegó la gran idea. El día que a Lucy se le ocurrió inventar el marido fue un gran día. Al mismo tiempo, inventó la familia y, porque no decirlo, la neurosis.  Pero aseguró la sobrevivencia de la humanidad hasta el siglo XX. Unos cuantos miles de años. Se trataba de un negocio que favorecía a ambas partes: él obtenía sexo a cambio de compartir la carne, las pieles y los frutos que recolectaba. Ella obtenía alimento para sí misma y especialmente para sus crías. Pasó el tiempo y el negocio prosperó. Cada vez había mas gene en el mundo. Con sus tirones y negociaciones, claro, como cualquier negocio. Pero sobrevivió. Sobrevivió a la llegada de la agricultura, y se perjudicó con el descubrimiento de la ganadería. Eso es largo de contar y este no es el lugar. En otro momento tal vez. Algunas lo hacían mejor y otras peor. Pero no lo hacían solas: la sociedad estaba plagada de reglas al respecto, y todas muy bien justificadas. En otro momento, si quieren, también les puedo contar. Lo importante es que todos aceptaron. Era eso o la extinción. Hasta que a mediados del s XX se produjo otro gran invento para la humanidad: El control de la natalidad.
Causa o consecuencia del feminismo, depende como lo miremos. En todo caso, su herramienta mas efectiva. Las mujeres nos empoderamos. No contra los hombres. Ellos no formaban parte del problema, fueron, hasta entonces, la solución. Claro que no era una solución demasiado buena, pero era lo que había. Y en algunos casos, porque no decirlo, resultaba. No lo obtuvo la mayoría, aunque la mayoría esperaba conseguirlo: el buen marido, la esposa ardiente, el gran amor. El gran amor se impuso como el mejor negocio de todos los tiempos. Hasta que cambió el mercado.
El control del cuerpo femenino por parte de la misma mujer, permite decidir cuantos hijos  tener o cuando hacer el amor. Ya no somos maquinitas de escupir bebes, vivos o muertos, lo queramos o no, resultado de una violación, de un gran amor, de un infeliz que te engaño, la naturaleza, siempre inapelable, nos ponía en capacidad de parir una vez al año. No por mucho tiempo, claro. Por eso las madres morían tan jóvenes.  O eso, o ser vírgenes en una caja de cristal, como en el cuento, o en el convento. La mejor opción para sobrevivir era no ejercer la sexualidad. Aunque para los hijos, el mejor plan era que la sociedad les proporcionara madres casadas.
Fueron tiempos duros, pero gracias a la llegada de las pildoritas y los conocimientos científicos, empezó una vida mucho mas tranquila y larga para todas. El mercado del sexo cambió y se hicieron muy diferentes lecturas del hecho. Fue la época en que los jóvenes exclamaron: -“¡A coger que se termina el mundo!” Y de hecho, terminó un mundo y aquí estamos, en los umbrales de otro.
Muchos varones empezaron a visitar los cuartos femeninos suponiendo que ahora no había que pagar para eso. Total, ella era moderna. Ellas, sin embargo, decían que sí, bueno, pero esperando que él se enamore y se quede.  Difícil circunstancia, considerando la sobreoferta. No olvidemos que el deseo surge de la carencia. Y si de algo no carecen los varones en estos tiempos es de camas hospitalarias. Nosotras, al menos una mayoría de nosotras, todavía dominadas por la Ley del Silencio, tardamos mucho en preguntarnos  ¿Soy feminista? Durante mucho tiempo tuvimos que guardar la palabrita mejor de lo que nuestras madres guardaban su virginidad. Feminista era sinónimo de lesbiana, de marimacho, de machista al revés. Es decir, de minas que querían ocupar el lugar de los hombres porque no se resignaban a ser mujer. Y entonces los varones alzaron la ciencia como arma y nos gritaron “fálicas” e “histéricas”.
Pero la historia es dinámica, y siguió cambiando. Aunque no lo suficiente todavía, ni tan rápido como quisiéramos.
Sin embargo, decir feminista ya no es mala palabra. Al menos, entre gente que lee, por lo menos, los diarios. Ya nadie se anima a negar las reivindicaciones de las mujeres. Los recalcitrantes  de ambos géneros, que sobreviven, buscan otros flancos: el niño que no nació, por ejemplo, o sea el que aún no es niño. No soportan la realidad: las mujeres ya no se compran ni se venden. Acostumbrados a que la pareja dependiera de la belleza de la dama y el bolsillo del caballero, no saben cómo emparejarse. Nos pasa un poco a todos. ¿Hasta dónde negarse? ¿Hasta dónde insistir? Todavía no aparecen las nuevas reglas y nadie sabe muy bien como relacionarse con el otro.
Si, por supuesto, sabemos cómo se hacen los niños. Pero el interés llega hasta la inseminación, a cargo del varón, o del parto, a cargo de la mujer, nueve meses guardiana del espermatozoide, no del niño. Es mentira que el niño importa. Porque si a alguien le interesara de verdad, no habrían  tantos chicos mendigos, durmiendo a la intemperie, sin escolarizar, víctimas de una sociedad verdaderamente indiferente y abortiva de los mas vulnerables. No hay marchas de mujeres decentes increpando al Estado por los niños que no comen, o por las escuelas que faltan. Lo que importa es cuidar el espermatozoide que se nos dio en custodia. Pura falsedad. Se está cuidando un buen negocio condenado a desaparecer: los hombres proveen, las mujeres soportan.
El mercado cambió. No se venden ni se compran personas. La discusión hoy es mas amplia y también mas profunda. En esta sociedad de paridad de oportunidades, de libertad sexual: ¿Quién se hace cargo de las consecuencias? Es decir, de los niños que esa libertad trae al mundo. ¿Quién los cría? ¿Quién los cuida? ¿Quién paga por su comida, su ropa, su escuela, su vivienda, su salud?  Tengamos la auténtica discusión en profundidad: eso sí es feminismo. Las magrísimas cuotas alimentarias que los padres “otorgan” por sus hijos solo sirven para llenar de fotos de padres felices el facebook. Padres de fin de semana, siempre y cuando la “nueva” lo permita. Padres que ganan mas que sus ex, pero que lo disimulan con dobles contabilidades, plata en negro o simplemente por que sí. Ese es el verdadero problema que tenemos las mujeres: sostener el futuro. Cierto, reducir la cantidad de niños alivia la carga y nos permite salir a trabajar. Ese “permitido” personal nos deja cada vez mas solas y con mayor  cantidad de responsabilidades en una sociedad que da vuelta la cara hipócritamente. Varones que no se hacen cargo, abuelas que responden “yo ya crie”, votantes que acusan a las mujeres pobres de ·”tener hijos por la subvención”, ignorando, a propósito, el trabajo increíble de criar un niño. Nadie tiene mas responsabilidad que una madre. Y muy pocas son las que no se hacen cargo, independientemente  de su nivel cultural, rol social o cualquier otra distinción. Algo que desconocen las mujeres jóvenes y los varones. El verdadero desafío del feminismo es blanquear ya, y de una vez por todas, que no hay esfuerzo mayor que poner un hijo en el mundo. Única manera, por otro lado, de que el mundo siga andando: disponer de cuidado.
Fue Lucy quien tomó esa decisión como mejor pudo, y resultó. Las que vinieron atrás, la seguimos. Y amar a nuestros hijos mas allá de toda condición no debiera ser nuestra única recompensa, y menos aún, debíamos pagar por ello. Al fin y al cabo, todos, de alguna manera, nos beneficiamos con el trato.
Porque a lo largo de esta historia las mujeres desarrollamos la capacidad de hacernos cargo de los mas vulnerables, sean niños, ancianos, enfermos, discapacitados, ignorantes. La capacidad de maternar no es exclusiva de las madres, muchas no lo son y ejercen el maternaje. Tampoco es exclusiva de las mujeres: algunos nacidos varones, desarrollaron o aprendieron la capacidad de cuidar de otro. Este hermoso, heterogéneo e imprescindible colectivo mayoritario, sin embargo, presenta serias dificultades para cuidar de sí mismo. Incluso cuando cambian las reglas, no reclaman que funcionen para ellos. Pero últimamente se están empezando a mirar entre sí. Y al mirarse, empiezan a considerar que tal vez el sacrificio no debía ir siempre de la mano del amor. Que se puede vivir de otra manera. Reclamando por las propias necesidades sin ser enemigos del otro. Y para eso sirve el feminismo. Para que nos cuidemos, para que disfrutemos de la posibilidad de disponer de nuestros cuerpos en libertad y en contra de nadie. Es lamentable que algunos no lo entiendan así, porque quien no puede aceptar la libertad ajena, se condena a perder la propia.  AF



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