El amor, esa extraña sensación agridulce que buscamos constantemente. Amar y ser amado: un camino de dos puntas, un negocio, un trato, un trueque, un destino, una maldición de auto cumplimiento. ¿Por qué es tan difícil el amor? El de pareja por supuesto, pero también los demás. ¿Por qué lo buscamos tan esperanzadamente, compulsivamente, desesperadamente? La primera respuesta es muy simple: porque nos hace falta. Pero si esa respuesta fuese cierta, al encontrar el amor todo estaría resuelto: lo cuidaríamos cultivándolo, haciéndolo crecer, alentándolo. Pero no es así: cuando lo encontramos es para ponerlo a prueba negando su existencia de mil maneras. Exigimos constancias, certificaciones, evaluaciones. Hasta que, debido al mal uso, se desgasta, se marchita, desaparece. Comprobamos entonces que estábamos en lo cierto: no era amor, sino una falsificación espúrea. Y todo comienza otra vez: el vacío, el dolor, la soledad, la búsqueda, la espera. Y las cuentas, que no cuadran.
Si hay tanto amor en el mundo como sabemos que hay,
ya que todos amamos alguna vez y todos, si somos sinceros, estamos anhelando la
oportunidad de volver a hacerlo ¿Por qué es tan difícil encontrarlo?
Simplemente, porque el amor es invisible. No viene con etiqueta, no pesa, no tiene
número de entrega, ni factura, ni precio, aunque estemos dispuestos a dar, por
él, todo lo que poseemos. Lamentablemente, este es uno de los mejores métodos para
ahuyentarlo.
¿Quien se considera merecedor del amor que busca? Eterno,
desinteresado, sacrificado, auténtico. Todos hemos
brindado ese tipo de amor, aunque no lo hayamos recibido. De eso, estamos
seguros.
De ahí en más exigimos pruebas, mientras no disponemos de un lugar en nuestras vidas para refugiarlo. Ingresamos a la pareja solos, y con una lista muy
larga de exigencias para impedir el encuentro. Hay quien busca en el amor un proyecto: una casa, hijos, incluso
beneficios económicos, prestigio. Por supuesto, también, ser amado. Otros, exigen
a su pareja los mejores atributos: belleza, inteligencia, eficacia, poder. Y amor. Pero, si como dijimos el amor es insípido,
incoloro, transparente y sin olor, aunque eterno y poderoso: ¿Cómo lo
reconoceremos, entremezclado con el resto de la mercadería? ¡Imposible! Ignorado, despreciado, se marcha. Si, eso es lo que ocurre:
buscamos en el amor lo que no tenemos, lo que nos complete, lo que nos haga
sentir dignos de ser amados, y todo eso hace que, al encontrarlo, desaparezca muy rápido.
Digamos la verdad: - ¡Que nadie desespere por ello!- el amor no existe. Afortunadamente, por supuesto, podemos inventarlo de nuevo cada vez. Seguramente ya se entendió: el amor es un sucedáneo de la fe. Quien no tiene confianza no puede amar ni saber cuándo es amado. El amor no salva a nadie, más bien necesita ser salvado. No es magia, es esfuerzo. Antes de encontrarlo necesitamos encontrarnos a nosotros mismos. Apreciarnos, sentirnos valiosos, merecedores de la felicidad que buscamos con tanto ahínco. Reconocer que no necesitamos nada más de lo que tenemos, porque el aire estará disponible a nuestro alrededor también mañana, y tendremos la fuerza necesaria para procurar nuestro sustento, la voz para reír, las manos para crear, las piernas para andar. Nada, absolutamente nada más nos hace falta para apreciar la tibieza del sol, la caricia del viento, el color de la vida. Entonces, seguramente, cuando no lo necesitemos, cuando dejemos de buscarlo, cuando dejemos de hacer preguntas, de negociar, de dar y recibir, de evaluar y confeccionar largos cuestionarios, entonces, el amor se hará presente para decirnos que nunca estuvimos solos. Sólo no supimos verlo. AF
Digamos la verdad: - ¡Que nadie desespere por ello!- el amor no existe. Afortunadamente, por supuesto, podemos inventarlo de nuevo cada vez. Seguramente ya se entendió: el amor es un sucedáneo de la fe. Quien no tiene confianza no puede amar ni saber cuándo es amado. El amor no salva a nadie, más bien necesita ser salvado. No es magia, es esfuerzo. Antes de encontrarlo necesitamos encontrarnos a nosotros mismos. Apreciarnos, sentirnos valiosos, merecedores de la felicidad que buscamos con tanto ahínco. Reconocer que no necesitamos nada más de lo que tenemos, porque el aire estará disponible a nuestro alrededor también mañana, y tendremos la fuerza necesaria para procurar nuestro sustento, la voz para reír, las manos para crear, las piernas para andar. Nada, absolutamente nada más nos hace falta para apreciar la tibieza del sol, la caricia del viento, el color de la vida. Entonces, seguramente, cuando no lo necesitemos, cuando dejemos de buscarlo, cuando dejemos de hacer preguntas, de negociar, de dar y recibir, de evaluar y confeccionar largos cuestionarios, entonces, el amor se hará presente para decirnos que nunca estuvimos solos. Sólo no supimos verlo. AF