Dios hizo a los ángeles en primer lugar para que colaboraran en la creación del resto del mundo. A continuación creó a las mujeres, ya preñadas, de cuyas entrañas fueron surgiendo los hombres.
Después, pensó en darles un hogar.
Convocó a sus ayudantes y explicó sus propositos.
-Haré un mundo redondo-dijo- para que nadie pueda estar por encima de nadie.
-Si -contestaron los ángeles contemplando cómo se plazmaba la idea divina en ese mismo instante.-. Pero hay cumbres y hay abismos. ¿No los utilizarán algunos para elevarse y sentirse, así, superiores al resto?
-Es cierto. Tenéis razón. -dijo Dios- Enrareceré la atmosfera en esos sitios y serán inhóspitos. Demasiado oscuros o demasiado fríos. Nadie podrá sobrevivir allí.
-Sí -intervino otro ángel- Pero: ¿y si quieren elevarse por medio del intelecto superior que les brindaste, y confunden el camino?
Esta era una buena pregunta y la respuesta exigió un rato de meditación.
Al fin, Dios se pronunció exclamando:
-¡Ya sé! Respetaré su libre albedrío, pero hallarán advertencias si toman el camino equivocado. El dolor y el malestar los obligarán a apartarse y desearán encontrar la dirección correcta.
Satizfecho, se hechó a dormir un rato. Después de un tiempo, que fue mucho para la historia del mundo y sólo unos minutos para el sueño divino, los ángeles lo sacudieron hasta despertarlo.
-¡Señor! ¡Señor! - dijeron- ¡Observa! Algunos han conseguido someter a otros, obligándolos a construir altas torres y murallas. ¡Y adentro se creen superiores!
Dios comprendió que esta vez no tenía ante sí un problema sencillo. Aceptó haber cometido un error al poner dolor en el alma de los humanos. Ellos, en sus recorridos interiores, casi siempre elegían el camino más fácil, que los conducía, indefectiblemente, a sufrir. Parecia más simple huír de sí mismos sometiendo a los débiles que triunfar sobre las propias debilidades. De esta manera, la Gracia desaparece en un mundo de perezosos y cobardes.
Después de meditar algunos eones, surgió la gran idea. Tuvo que trabajar bastante, pero al fin quedó satizfecho.
El primer paso fue sellar en el alma de Unos la puerta de la Felicidad.
A continuación, colocó en las almas de Otros la llave. Así, los hombres se necesitan Unos a Otros. Y aún más. Si alguno se coloca por encima y es amado, los demás podrán abrir sus corazones gracias a él, pero él mismo no lo conseguirá nunca, salvo que acepte descender de sus alturas reconociéndose al mismo nivel que su prójimo.
Ahora sí, Dios descansa tranquilo. Sabe que sólo es cuestión de tiempo que sus criaturas descubran el infalile sistema que les permitirá disfrutar de la riqueza inagotable guardada en sus almas. Ada Fanelli.