Las mujeres estamos malditas para toda la
eternidad
por haber rasgado la piel roja de un fruto
prohibido.
Desde entonces, una mancha roja inaugura, en cada
niña,
a la mujer.
Desde entonces, con cada Luna, la mujer aguarda
la aparición de una mancha roja entre sus
piernas.
Deseo o temor.
Desde entonces, el amor es un corazón rojo
atravesado por la flecha de un ángel que reclama,
con violencia,
una mancha roja a cada mujer.
Por eso, tal vez, cada mujer colorea
sus labios, sus mejillas, sus uñas,
como si fueran manchas rojas.
Y, a veces, alguna abre sus muñecas,
esperando desaparecer en medio de
una gran mancha roja,
Y otras, soportan el maltrato cuando
él
lo ve todo rojo.
Y otras, aún, aguardan rosas rojas
que no llegan. O llegan para
marcharse prematuramente.
Todas fregamos manchas rojas
salpicadas en las páginas de los
libros que guardan nuestras cuentas,
hasta caer exhaustas.
Todas restañamos la sangre de las
heridas propias y ajenas,
Todas guardamos un secreto
ardiente.
Desde hace mucho, las mujeres nos parecemos
a una fruta roja
donde la vida
hunde sus dientes. Ada Fanelli
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