Arrastro mis pies que arden
como brazas.
Me
siento en el cordón de la vereda,
me descalzo,
miro
mis zapatos.
El
cuero fue adquiriendo ese color indeciso entre el polvo y el barro,
las tiras que los sujetan están deshechas,
y las
suelas, desolladas.
Fricciono
mis dedos entumecidos,
masajeo mis tobillos:
masajeo mis tobillos:
cada guijarro, cada grieta
ha
dejado en mi piel su recuerdo
indeleble y doloroso.
De
pronto,
una idea se abre paso en mi
mente y comprendo:
¡No
me hace falta nuevo calzado!
Ahora,
lo que yo necesito ...son ...
¡Alas!
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