Lucy in the sky
Sorprendente evolución
de la subjetividad femenina:
De vacas a yeguas.
Como una milenaria Bella Durmiente, despertaba de su largo
sueño. Después de permanecer miles de años oculta, unos jóvenes antropólogos la
hallaron y la bautizaron “Lucy”, porque
en ese momento escuchaban la canción “Lucy in the Sky” de Los Beatles. Sus huesitos
eran los más antiguos encontrados hasta entonces y por eso se le otorgó el
título de “Madre de la Humanidad”.
Sueño compartido, porque Lucy fue protagonista del inicio de
una increíble historia que se transformaría en el inapelable destino de toda
mujer. Después de vaya a saber que catástrofe natural, presionada por la
posición vertical, la débil pelvis
femenina se abriría en una floración prematura de la cual se desprendían unos
frutos que, si bien estaban vivos, eran ciegos, no masticaban por carecer de dientes
y tampoco podían andar, porque sus miembros eran demasiado débiles. Ni siquiera
respondían cuando se les llamaba. Podemos imaginar la frustración de Lucy al compararse con las demás hembras cuyas
crías se alzaban sobre sus patas enseguida de nacer para reclamar alimento. Y
durante muy breve tiempo, porque rápidamente aprendían como obtenerlo por sí
mismos. Así se comportaban todos los demás cachorros. Todos, menos el suyo.
Lucy, con el gesto de mayor generosidad que recuerde la especie humana, no
abandonó a ese pedacito de carne gritona a merced del clima y los lobos, sino
que se inclinó, lo alzó y lo puso junto a su seno. Y allí lo mantuvo al abrigo
de las inclemencias climáticas y los animales de presa, protegido de cualquier
amenaza. Pero los días pasaban y el alimento se terminaba. Tenía mucha hambre,
aunque en ningún momento consideró la opción de abandonar a su recién nacido. Faltaban
aún miles de años para la invención de la rueda y el cochecito para bebes o el
jardín maternal. No podía mantenerse silenciosamente al acecho o correr o trepar
para conseguir comida con el pequeño en brazos. El problema era serio, muy
serio, pero no estaba más allá de la capacidad de Lucy, que supo encontrar la
solución. Tal vez no consiguió al mejor macho de la especie y alguna razón
tendría él para aceptar ese trato. Nunca sabremos por qué compartiría el
producto de su caza y su pesca con esa hembra recién parida cuando debía tener
tantas otras hembras a su disposición. ¿Por amor, como queremos creer las
mujeres? ¿O tal vez tenía alguna dificultad personal? ¿Era mas lento o mas débil
o mas feo y por eso sufría el rechazo? No lo sabremos. Lo cierto es que el
intercambio se produjo.
Que la mujer fue el primer objeto de una transacción
económica no es algo que ignora un lector informado. Lucy estrenó marido y él
dispuso de ella. Al mismo tiempo nacían la familia y el vínculo social. Una
organización que dio origen a muchas, como la agricultura y la ganadería, el
patriarcado, la monarquía, la propiedad privada, el trabajo, la educación, el
capitalismo, la guerra, entre algunas costumbres humanas. Gracias a unas y a
pesar de otras, así seguimos creciendo y multiplicándonos. Hasta ahora, o mejor
dicho, hasta la década de los cincuenta, cuando un revolucionario invento exoneraría
por fin a Lucy de sus inapelables deberes. Sometida por las condiciones que su
cuerpo le imponía, debió aceptar lo que se le ofreciese. Pero esos tiempos
parecían llegar a su fin. Ahí estaba la píldora anticonceptiva entre otros
métodos de control de la natalidad, y la hembra humana vio cómo se abrían las
puertas de aquella cárcel auto impuesta. Las mujeres actuales conocen y
controlan sus ciclos biológicos decidiendo cuantos hijos van a tener y a qué
edad. Al menos las que viven en países algo civilizados y pertenecen a las
clases medias y altas. Sin embargo, poco pasó para que comprendiera que nuevas
oportunidades traen otras exigencias. Si antes se veía obligada a tener cuantos
hijos la vida quisiera enviarle, ahora se le exige control y es su culpa cuando no lo consigue. Tan
criticada es por tener muchos hijos como por no tenerlos. Por no haber acertado
con la elección de parejas adecuadas así como por no tener pareja.
El noble animal que nos da la leche, al cual quitamos sus
hijos, y que nos cede su carne para el asado y su cuero para hacer zapatos, esa
bestia que es la base de nuestra alimentación y riqueza, ya no constituye una
metáfora de la condición femenina. Entrenada para soportar la entrega de su
sexualidad y con ella su cuerpo, su
tiempo y con él su vida, además, se le denegó el acceso a un pensamiento propio
y con ello a desarrollar su inteligencia. De Jesucristo a Freud fue dicha por
el discurso masculino y aprendió a pensar como se lo pedía la cultura
patriarcal. Pero al fin se produjo el
milagro y Lucy despertó decidida a
romper con el injusto trato que ya no necesita suscribir, porque es dueña de sí
misma. Asiste a clases y puede vender su tiempo en el mercado laboral como lo
hacen los demás. Pero la libertad, que alumbra verdades, también revela
mentiras. Lucy, después de vivir toda la historia suponiéndose amada, está
descubriendo que eso podría no ser tan cierto
Al principio le pareció justo ejercer su sexualidad como lo
hacen los varones. Y para ello fue alentada con entusiasmo. Pero no funcionó. Esperó
la llamada mágica de un amor que nunca vino. Lo creyó oculto entre las sábanas
transpiradas cuyo único destino fue el lavadero. Si antes se le permitía cuidar
de sus hijos de forma gratuita, ese derecho expiró y ahora necesita pagar por
hacerlo. En una etapa anterior podía homologarse a las vacas, bien alimentadas
a condición de parir hijos para el matadero. Y aunque ella no quiera eso, el
mercado sigue exigiendo hembras apetecibles de carne firme, piel tersa, músculos
fuertes. Ninguna ley moral condena a un ganadero que mantiene en su hacienda a
mas de una vaca mientras las pueda alimentar a todas. La poligamia sigue
existiendo de manera desembozada o discreta en todas las culturas. Y aunque con
la liberación las mujeres supusieron que también a ellas les vendría bien un
poco de variedad, no están contentas. Muy tímidamente al principio, pero
recobrando fuerzas, buscan el amor además de la libertad. Y quienes habían
confiado en la liberación femenina como una oportunidad para disfrutar de sexo
gratuitamente, estaban olvidando que las consecuencias del sexo no son las
camas deshechas sino los hijos, encontrándose ahora con reclamos a los que no
saben cómo responder. Tal vez por eso, aunque todavía muchas veces las tratan
como a vacas, las rebautizaron yeguas. Apelativo ambivalente, que tanto se
aplica a la mujer que no obedece a ningún varón como a la mujer hermosa que
todos los varones desean poseer. Claro que no es tan simple relacionarse con
yeguas como lo era tratar con las vacas. No es un animal fácil de domesticar, y
hacerlo requiere la especial habilidad de tratarla con dulzura y saberla montar.
Confucio, sabio entre los sabios, dijo que aprendemos de
tres maneras: por la reflexión, por la imitación y por la experiencia, siendo
la peor de las tres esta última. La reflexión nos permite suponer antes de
actuar, evitando errores. La imitación nos permite aprender de los errores
ajenos para no repetirlos. Y por fin, quien afronta la actuación sin reflexión
ni consulta previa se arriesga a que le vaya realmente muy mal. ¿Reflexiona
nuestra sociedad acerca de las consecuencias de sus actos o solamente se dedica
a odiar a las feministas (y a las
féminas)?
No pretenderemos con estas pocas líneas encontrar una solución
a este difícil conflicto, pero sí podemos alentar a la reflexión. La condición
humana consiste, justamente, en superar nuestros aspectos salvajes, animales,
primitivos. Se supone al feminismo como
lo contrario del machismo, y así es.
Pero necesitamos recordar que machismo es
una ideología que supone a unos como mejores que otros, empezando por varones y
mujeres, pero siguiendo con heterosexuales y homosexuales, blancos y negros,
ricos y pobres. El feminismo no es lo opuesto al patriarcado porque las mujeres
se pretendan mejores que los varones, sino porque sostiene que todos somos
iguales. Iguales son los hijos que ponemos en el mundo independientemente de su
género: potrancas o potrillos. Cuando Lucy levantó a su pequeño para abrigarlo
y alimentarlo junto a su pecho, rescató en ese gesto a toda la humanidad. De la
misma manera, cuando un hombre golpea a una mujer, cuando la apuñala o le niega
lo indispensable para criar a sus hijos, comete un delito contra toda la
humanidad. Es necesario que sea censurado colectiva e inapelablemente. A lo
mejor comprendemos la necesidad de amar a nuestro prójimo para no destruirnos los unos a los
otros. AF