Hay gente
que, como un manantial, ofrece su alma a cualquiera.
Lamentablemente, existen muchos ambiciosos y
tontos que, abusando de tanta
generosidad, terminan por contaminarlos y entonces ya nadie puede calmar su sed allí.
Otros, en cambio, son como pozos secos. Nada ofrecen y todo lo toman. Los riachuelos, durante las tormentas, fluyen hacia ellos, atraídos por sus engañosas profundidades para desaparecer en el polvo seco rápidamente. Su voracidad se oculta entre la vegetación y las sombras. Si caemos allí, será muy difícil volver a la superficie, porque nada bueno podemos esperar de su codicia. Tal vez, solamente no quedar atrapados. Algunos afirman que en sus profundidades existen corrientes de agua pura y fresca, pero poco importa, ya que nadie puede beber en ellas.
sol, el
cielo y los rostros de quienes mojan su sed en esas aguas siempre vivas. En el
lodo de su lecho se alimenta la flota de camalotes que parecen ir acompañando
su marcha.
Va descalzo sobre las piedras agudas que no
consiguen herir sus plantas porque el río de nada guarda recuerdo.
Generoso, acaricia la arena al pasar, el
rumbo puesto, siempre, hacia nuevas playas.
La lluvia es su amante, y crece con ella. Aprovecha los vientos para
apresurar su marcha. Sin lamentarse, acoge a la mugre en su cauce, para
devolverla haciendo más fértiles sus orillas.
Al fin, salta, alegre, o se desliza con
suavidad para unirse a tantos otros ríos que, como él, descubren por fin su
destino en el horizonte infinito del mar.
No te vacíes en la entrega, como el
manantial, ni lo quieras todo, como el pozo. Se como el río, que todo lo acoge,
pero no se detiene y entonces verás cómo, también a tu alrededor, todo prospera. AF
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