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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Reflexión de Navidad





El arbolito de Navidad es historia antigua. Tanto que puedo recordar la época de mi infancia cuando los chicos nos juntábamos a ver como los “grandes” colgaban los globitos de cristal de colores. De vez en cuando alguno se escapaba de entre los dedos o se desprendía de la ramita donde se sujetaba para estrellarse contra el suelo. -¡Ah! ¡Oh!- La belleza y la fragilidad se daban la mano mientras veíamos como la escoba se llevaba para siempre los trocitos que no olvidaban brillar una vez más antes de sumergirse, definitivamente, en el tacho de la basura. Nunca olvidaré uno de aquellos árboles. Ya éramos grandes y trabajábamos –a una edad en la que ahora aún se esperan compensaciones por haber aprobado todas las materias- y teníamos algunos dinerillos. Los tres hermanos juntamos nuestros recursos para llenar de adornos el arbolito familiar, y además, dada nuestra “independencia economica” ejercer el derecho de colocar los adornos. Qué lindo. Realmente era muy lindo nuestro primer arbolito de adolescentes. Orgullosos, conectamos la guirnalda eléctrica y después de admirar un momento nuestra obra de arte nos dirigimos a la cocina a ver en que etapa de realización andaban el pollo y la ensalada de frutas. ¡Helado! No, que iban a haber helados en aquella época, cuando todavía no existía el freezer. ¡Si gracias a que la Siam a bolita tocía su frío escarchado alegrábamos la mesa con unas Bidú Cola y unos escasos cubitos que se terminaban pronto!. ¡En fin! Pero la historia era sobre el árbol recién armado con los ahorros de todos y sus trágicos devenires. Si, trágicos, porque mientras evaluábamos el contenido de una ensalada rusa se escuchó un estruendo en la sala.
¿Falta de equilibrio ¿O falta de arena en la maceta sobre la que se sostenía nuestro árbol? ¿Demasiados adornos? ¿O el gato? El hecho es que nuestro hermoso arbolito de Navidad se estrelló contra el piso transformándose en añicos todos sus destellantes adornos de cristal.
No recuerdo como transcurrió el resto de la Nochebuena. Seguramente no demasiado diferente de cualquier otra, ya que no se fijó en mi memoria de manera especial. Sin embargo, el recuerdo del arbolito roto no falta nunca en mi recuerdo. Cuando mis hijos eran chicos al agacharme para juntar los globitos de plástico desparramados, tan brillantes como indestructibles, no podía dejar de evocar la fragilidad de aquel otro. A veces supuse la existencia de una profecía sobre lo que vendría después, para la familia, los hermanos, el país. Incluso este año, con los nietos ansiosos esperando la llegada de Papa Noel alrededor del enorme árbol lleno de brillantes globitos de plástico, se me dió por repetir la mala costumbre de pensar. Y pensé que esos globitos son como nosotros mismos reunidos una vez al año para brillar juntos. Y se me dió que por una noche reímos, cantamos, nos compartimos, pero que durante el resto del año ¡A la bolsa! El plástico no necesita de cuidados especiales, aunque pierda un poquito el brillo. Pensé, ya lo dije, mala costumbre, que el arbolito es como la vida, de vez en cuando es necesario recordar que la tenemos, y la Navidad, como un chequeo anual para seguir adelante hasta el año que viene. Y también pensé que ya nadie se quiere saber de lo frágiles que somos. En eso alguien, un muchacho cuyo nombre no recuerdo, el novio de la prima de mi nuera, creo, me alcanzaba una copa exclamando ¡Feliz Navidad!   

lunes, 14 de octubre de 2013

Viaje al centro de mi misma


Todo viaje es un viaje a las profundidades de uno mismo, recuperación de paisajes olvidados. Cuanto mas si uno viaja a la tierra de sus antepasados. En Corrientes nacieron, vivieron y murieron varias generaciones de las cuales heredo el mensaje genético. Cada vez que visito la provincia, sin saber como ni de donde, reconozco pinceladas, estilos, ecos que, sin embargo, nunca antes había visto. !Misterios de la vida! También me aprendo a mi misma un poco mas. De donde me viene esa manera de enfrentar esto o aquello, la fe -que a veces se me reprocha- por que algunas cosas me parecen tan importantes y otras no tienen para mi ningún valor. A veces, uno se siente un poco extraño en el sitio donde vivió toda la vida y donde, sin embargo, no consigue reconocerse del todo. Somos inmigrantes, de afuera y de adentro. De una lejana y añorada patria en Ultramar, abandonada quien sabe como o por que, pero también inmigrantes de esta tierra, nunca suficientemente nuestra. Sin embargo, a veces, algo late. Las lineas que copio mas abajo se trazaron asi, en el camino de unas vacaciones que devinieron cuasi "viaje iniciático". Vayan esas palabras para Corrientes, la ciudad que ve pasar el río y las barcazas cargadas de soja, arroz, madera. Para mi abuela, que siempre admiró a los elefantes porque eligen donde morir, y hoy conquistó su derecho a dormir para siempre donde quería, para mi madre y mis tías. Algunas se fueron, otras se quedaron. Pero también para mi hija, quien todavía cree que las raíces pueden echarse en cualquier parte. Y quien sabe, tal vez tenga razón. AF



Corrientes








Se estiran y retuercen los espinos
sufriendo la memoria del agua, 
entre el polvo seco
y la paja quemada.

Por un instante, una alegria verde los despierta,
pero la sequia arrecia y la espiral de púas cede sus trazos
bajo el cielo inalcanzable.

Corrientes reza y se persigna,
le pide a Dios que llueva 

y lo consigue, 

pero al rato, 
reza otra vez:

Ahora,  
para que deje de llover.

Bajo el martirio, dudando entre la inundacion y el fuego,
Corrientes se asoma a la orilla vestida como para una fiesta,
pero el Rio,
tumultuoso y ciego,
la ignora,
mira para otro lado,
se va lejos,
muy lejos,
lo suficientemente lejos.


Entonces, otra vez,
reza,
levanta una iglesia,
adorna con flores y luces a una virgen,
se persigna.


Alrededor, los lapachos iluminan el monte como una oración,
y las palmeras estiran sus cabezas
murmurando en lo alto
vaya a saber qué mensajes sagrados.


En esta tierra, hasta los arboles rezan.


En la fibra del timbo
duerme el alma de una silla, de una cuna y de un altar.

Mientras, el espíritu del sauce implora por buenos motivos:
el arroyo está seco,
y lo van cercando especies ajenas.


Pinos europeos,
eucaliptos australianos,
soja para darle de comer a los cerdos
en la China.


Es la globalizacion, que no reza,
pero avanza, implacable, sobre las vias
de los trenes abandonados a su destino de oxido.


A pesar de todo, Corrientes insiste
y ya tiene un santo nuevo 
sin aureola.



Mezcla de gaucho y espinas,
concede bendiciones bailando con la Muerte.

El alto en la ruta,
alcana para llenar el termo, 
encender un pucho, 
viendo como chorrea la sangre de las velas.



Las manos del peón y el niño bien,se juntan
para atarle una cinta colorada a la esperanza, 
dejando claro que 
siempre, 
todos,
algo necesitamos.

Un acordeón afónico, desde el fondo,
desparrama un chamamé con ganas.

Espiritu correntino, música sacra.



AF



lunes, 30 de septiembre de 2013






  La casa vieja sacude sus capas de mugre y óxido,
   abre las puertas,
   se le agrandan los ojos y las ventanas.

   Una brisa indiscreta empuja los postigos, se cuela
   hasta la sala,
   sacude una lamparita y la luz se estremece
   como en un orgasmo.
   
    Bajo las capas reiteradas de pintura,
    se ve que todo, 
    alguna vez, 
    estuvo pintado de verde.

   

-Es la hora
-dicen-
Van a llegar lo invitados.


De pronto, desde muy alto, una copa se precipita al vacío y 
las 
astillas salpican
por todas partes.

La casa, casi sangra, pero
una escoba solícita acude para dejar las cosas
como estaban.

Los portones se abren, y los que fueron convocados, entran.
Suena la música.

Nadie sabe
que la casa de hoy, reestrena los latidos de ayer,

porque todo, alguna vez,
siempre,
estuvo pintado de verde. AF
   

jueves, 4 de julio de 2013

Fluye como un río





Hay gente que, como un manantial, ofrece su alma a cualquiera.
  Lamentablemente, existen muchos ambiciosos y tontos que,  abusando de tanta generosidad, terminan por contaminarlos y entonces ya nadie puede calmar su sed allí.

  Otros, en cambio, son como pozos secos. Nada ofrecen y todo lo toman. Los riachuelos, durante las tormentas, fluyen hacia ellos, atraídos por sus engañosas profundidades para desaparecer en el polvo seco rápidamente. Su voracidad se oculta entre la vegetación y las sombras. Si caemos allí, será muy difícil volver a la superficie, porque nada bueno podemos esperar de su codicia. Tal vez, solamente no quedar atrapados. Algunos afirman que en sus profundidades existen corrientes de agua pura y fresca, pero poco importa, ya que nadie puede beber en ellas.




 Por fin, otros son como los ríos que fluyen. A su paso, sus márgenes florecen y en las profundidades se albergan mil especies de peces multicolores.. Su superficie refleja el
sol, el cielo y los rostros de quienes mojan su sed en esas aguas siempre vivas. En el lodo de su lecho se alimenta la flota de camalotes que parecen ir acompañando su marcha.
  Va descalzo sobre las piedras agudas que no consiguen herir sus plantas porque el río de nada guarda recuerdo.

  Generoso, acaricia la arena al pasar, el rumbo puesto, siempre, hacia nuevas playas.  La lluvia es su amante, y crece con ella. Aprovecha los vientos para apresurar su marcha. Sin lamentarse, acoge a la mugre en su cauce, para devolverla haciendo más fértiles sus orillas.
  Al fin, salta, alegre, o se desliza con suavidad para unirse a tantos otros ríos que, como él, descubren por fin su destino en el horizonte infinito del mar.

  No te vacíes en la entrega, como el manantial, ni lo quieras todo, como el pozo. Se como el río, que todo lo acoge, pero no se detiene y entonces verás cómo, también a tu alrededor, todo prospera. AF
  

 

martes, 25 de junio de 2013

Psicología Social: En Ciencia y Alma.



No estudié psicologia porque soy una intelectual, sino porque no entendía muchas cosas de la vida y de la gente. Empecé, por supuesto, leyendo psicoanálisis y me hice muchas preguntas. Las suposiciones de Freud acerca de mi sexualidad, de la sexualidad de las mujeres de las cuales yo soy una, no coincidían con la realidad de mi experiencia y siendo el Dr. Freud un varón, decidí creerle a mi propia naturaleza. Desheché entonces el psicoanálisis, aunque más tarde me reconciliaría, cuando entendí que no es el único posible. Mis interrogantes continuaban, sin demasiado éxito acerca de proporcionarme respuestas. Por fin, una amiga me contó que estudiaba Psicología Social. Quise saber más, y ella, amablemente, esclar
eció mis dudas con una metáfora.
Fue creada, me dijo, por el Dr. Enrique Pichon Riviere. Para entenderla es necesario  imaginarse un grupo de personas sentadas en círculo. Cada una de ellas tiene un espejo dirigido hacia el centro, de manera que refleja a todos los otros espejos. Si alguno quiere cambiar la imágen de los demás, sólo necesita cambiar su posicion y cambiará el reflejo de los otros. Esa es la forma de cambiar el mundo, cambiando uno. Claro que los otros  tienen la misma posibilidad de modificar su posición cuantas veces quieran. Es lo que conocemos como interjuego de espejos.
La metáfora anidaría en mí para siempre, transformando mi forma de entender la realidad. Nunca más me sentí impotente. Años más tarde, yo misma sería psicóloga social. Hice la carrera tres veces, asi soy de apasionada u obsesiva, como más quieran. Incité a muchas personas a seguir el mismo camino y continuamente recibo sus agradecimientos. No todos trabajan de psicólogos sociales, muchos cambiaron de trabajo y otros siguen con el mismo, pero nunca de la misma manera, porque ahora tienen una herramienta para cambiar el mundo. Yo creo que la Psicología Social es una mística, no una carrera universitaria, aunque algunos hayamos ido a la Universidad. Esto no quiere decir que no cobremos nuestras horas de trabajo: ¡muchos místicos cobran!. Quiere decir, eso sí, que aunque no nos paguen vamos a seguir adelante. A veces, incluso, pagamos nosotros trabajando en otra cosa. Pero que quede claro: haciendo esa “cosa” también somos psicólogos sociales.
Nadie paga un boleto sin saber a dónde va, ni acepta la propuesta de un viaje que todos fantaseamos, pero nadie transita. Es el mercado de los que dan seguridades y saben qué es mejor. Cuando descubra mi error, ya habré invertido mucho esfuerzo y dinero, así que, tal vez, no me interese reconocer que no quería eso para mí.  
Hay que estar muy loco o desesperado para subirse a un colectivo con destino desconocido. Por eso trabajamos muy bien en situaciones de crisis, hospicios, duelos, adicciones y otras varias angustias públicas, como diría Moffatt. Asistimos a las víctimas de errores propios o ajenos, de la codicia, del desinterés, de los prejuicios. Cuando te robaron el presente, solo podés migrar hacia el futuro: cuando te falta el piso, saltás, a veces, al vacio, pero saltás. Nosotros sabemos que ese vacío simbólico no existe, que pensar el mañana como vacío es prolongar un presente ajeno.  La Psicología Social nos enseñó que existe la esperanza y que podemos construir el futuro a partir de ahora mismo. Feliz día del psicologo social, queridos locos colegas. Ada Fanelli.  




lunes, 17 de junio de 2013

Saborear





En el mundo solo hay dos maestros: el dolor y la curiosidad´-
Muchos acontecimientos se producen sin que sepamos como, y muchas cosas llegan a existir de la misma manera. Cosas que producen fascinación. Cuando la costumbre acaba con la fascinación, surge, en los espíritus inquietos, la curiosidad.
A veces esto no pasa, porque vivimos en un mundo que la desalienta. No importa como llega una imagen a la pantalla, importa que a una le siga otra, si es posible, mas excitante que la anterior. Si esto no pasa, nos aburrimos.  La mente, entonces, exige una  sorpresa tras otra. Nos hacemos adictos a la fascinación y la sorpresa, y nuestro pensamiento queda congelado. Entonces, claro esta, el aprendizaje no se produce.
Ignorantes de los ocultos procesos que mueven al mundo, con frecuencia quedamos atrapados en mecanismos desconocidos o tropezamos en obstáculos absurdos. Así, conocemos el dolor,  instructor inapelable, que llega para enseñarnos acerca de la realidad de las cosas con mano de hierro.
La curiosidad, siempre interrogante, se pregunta por que no supimos escucharla cuando susurró suavemente sus incógnitas en nuestros oídos. Pero es tarde.

El explorador observa y busca para dar cuenta de cómo son las cosas, el científico las explica, el artista las cambia y el místico las acepta.
Al principio, como niños, somos curiosos y todo queremos explorarlo, experimentarlo y  conocerlo.
Después, pretendemos comprenderlo, explicar con nuestra razón lo divino y lo humano. Sin embargo, al mismo tiempo, descubrimos también lo absurdo, lo inexplicable, lo incoherente y lo doloroso. Entonces llega el momento de cambiar, de mezclar la baraja para dar de nuevo. El dolor nos hace artistas y revolucionarios.
Pero después, todavía nos sorprenderá un nueva etapa. Si accedemos a ella, habremos encontrado la felicidad en este mundo. Es la contemplación. No debemos confundir contemplación con observación, aunque se parecen. Y este es el motivo por el cual ancianos y niños son buenos amigos.

La observación es previa a la acción, la contemplación, en cambio, no pretende saber, porque lo que había que saber, poco o mucho, lo sabe simplemente porque transitó el ciclo. Posee sabiduría en el sentido de haber experimentado el sabor de las cosas, de haber saciado el apetito y estar dispuesto al placer de los colores y las formas, de la música y la danza: desde luego, lo mejor que nos depara el banquete de la vida. Ada Fanelli 

lunes, 29 de abril de 2013

Las pesadillas de Humberto.



 Humberto empezó con los problemas, o mejor dicho la familia notó los problemas de Humberto, cuando él tenía alrededor de catorce años. Salía poco y era asustadizo. Cada noche se despertaba gritando y sudando a chorros. No era para menos. El padre llegaba borracho, lo despertaba a golpes y le había dejado marcas en el lomo varias veces. La madre no era mucho mejor, así que el miedo se había transformado en su compañero y aliado. Trataba de estar, todo el tiempo, lo más lejos posible del resto de los mortales. Para eso,  habia borrado cualquier gesto de su rostro.
Humberto temía a las personas, especialmente si, como el padre, usaban uniforme. Pero también a los perros grandes, y a los chicos, cuando ladraban mucho.
No llegó a temer a las mujeres porque casi no conoció a ninguna, además de la madre y una hermana a la que ayudaba con la crianza de los hijos.
A pesar de su gesto inexpresivo, nada en él era hostil. Encariñado con los sobrinos, les enseñaba lo poco que pudo aprender: a tirar la pelota por arriba de una pared medio destruida para que Sultán (el único perro al que no le tenía miedo) se la trajera de vuelta, o a eruptar haciendo mucho ruido para placer de la audiencia infantil, o a trepar en busca de naranjas amargas para  partirlas por la mitad y pasarlas por azúcar.
Los días de Humberto no eran tan malos en el fondo de la casa, entre los árboles, el pasto y los chicos. El problema seguían siendo las noches. Antes de cumplir los veinte, las pesadillas arreciaron, como una tormenta. Tanto, que dejó de dormir, pero entonces, las imágenes amenazantes salieron de su cabeza y empezaron a tomar forma a su alrededor. Se arrugaba en la cama hecho un nudo, metía la cabeza entre los brazos, cubriéndose las orejas con las manos, pero inútilmente. Las voces se le filtraban por los resquicios y le invadian el cuerpo provocándole aullidos y temblores sin fin.
Al principio, la familia no lo tomó demasiado en serio porque ya sabían como era. Sin embargo, cuando se negó a comer, se asustaron.  Después de varias noches de insomnio por fin se durmió, pero no lo pudieron despertar. Entonces sí llamaron al hospital y la ambulancia se lo llevó dejándolos a todos en paz. A Humberto más en paz que a nadie, porque le pusieron unos remedios en el brazo que terminaron con las alucinaciones y el miedo.
El parque del hospital se parecía un poco al fondo de su casa, donde jugaba con los sobrinos, así que no extrañó demasiado su antigua vida. Además, nadie lo retaba y hasta había algunos doctores interesados en hablar con él.
Los años fueron pasando y Humberto estaba casi bien. Podía haberse ido, pero nadie se lo propuso y tampoco quería: ¿A dónde iba a estar mejor? Afuera, en una de esas, empezaban otra vez las pesadillas. Además, no se sentía un inútil, como siempre le habian dicho, y eso era muy importante para él. Todas las mañanas se levantaba a las seis y se tomaba unos mates. Si alguien habia recibido galletitas de un pariente, las compartían.  Enseguida, se pasaba la mano por el pelo frente a un espejo roto e intentaba limpiarse con un cepillo los tres dientes que aún permanecian dentro de su boca. Despues, atravezaba el jardin y entraba al taller.
Estaba aprendiendo un oficio: ¡ni él mismo se lo podía creer! Primero nada más que lijaba, haciendo un movimiento monótono que le producía alivio y, además, servía, porque la madera quedaba blanca y lisita. Después aprendió a usar el martillo para poner clavos en tres golpes, y ahora le estaban enseñando a usar la grapadora. Algún día, le dijo el maestro carpintero, haría una mesa con cuatro sillas él solito.
Todo iba bien en la vida de Humberto. Al menos, hasta esa mañana de abril. Al levantarse nomás, percibió algo raro en el ambiente, pero no supo decir qué. La enfermera de guardia trató de que se quedaran en la sala sin conseguirlo. Todos los internos atravesaron la puerta como cada día, pero esta vez juntos, en montón, sin tomar sus mates ni lavarse. Salieron al jardín y lo primero que vieron fue una máquina enorme. Humberto creyó que a lo mejor era una nueva herramienta para los talleres, pero su atención, enseguida, fue captada por los tipos de uniforme que empujaban y le gritaban a la gente. Entre esa gente estaba el doctor al que quería tanto porque lo escuchaba. Ese que tantas veces le había dicho que sus pesadillas eran eso: sólo pesadillas. Que su padre policia ya no podría hacerle daño y que confiara en la vida y los demás. Lo vió caer blandamente, como si un puño invisible le hubiese dado en la cara.
Humberto dudó un momento de lo que estaba viendo, pero no su cuerpo, que también cayó, arrugándose sobre el pasto como un nudo, tapándose la cabeza con los brazos y  las orejas con las manos.
Inútilmente, porque las voces se le filtraban por los resquicios y lo invadían, provocándole aullidos y temblores sin fin. Ada Fanelli.
 

viernes, 8 de marzo de 2013

Dia Internacional porlos Derechos de la Mujer y la Paz



Homenaje a una muchacha desconocida.

Me acomodo junto al termo y el mate dispuesta a afrontar el día. Hoy no es un día cualquiera, es el Día de la Mujer. Abro mi pc y la corriente de palabras fluye, pero de pronto un sollozo la detiene. Presto atención: una pareja discute en el pallier, al otro lado de mi puerta. Son jóvenes, El se explica sin demasiado éxito y Ella exige la verdad con el mismo destino. Las lágrimas le quiebran la voz. El trata de atravesar la situación de cualquier manera menos dando lo que le piden, o sea, decir donde paso la noche. Ella lo acorrala y El ríe, sabiéndose descubierto, pero sigue negando. De pronto, cambia la estrategia. Dice estar cansado de los reproches de Ella de sus “escenitas” hasta que consigue que Ella ceda terreno, y pasa de atacar a defenderse. Ahora es Ella la que se justifica. El, entusiasmado por el éxito, no acepta explicaciones y levanta la voz indignado. Ella todavía intenta alguna defensa, pero es inútil. El cambia la estrategia y avanza por otros medios. Ella le pide que se vaya, que la deje en paz, pero el tono de su voz la contradice y él entiende lo que hay que entender. Un rato de silencio y después el ruido de la puerta del departamento anunciando que el fin del acto  se va a definir en otra parte y de otra manera.
Si los métodos anticonceptivos tienen éxito, Ella en algún momento conseguirá escucharse y juntar la fuerza necesaria para mandar al diablo al mentiroso. Si esos métodos fracasan, el tema se va a resolver en tribunales, en el juicio por alimentos.

Hoy es el Día de la Mujer. El día de esa piba que no consigue poner freno a su propio cuerpo que la arrastra hacia el dolor disfrazándolo de placer. Una experiencia de la que va a salir enriquecida: con un pibe en los brazos o un poco más sabia. Tal vez, las dos cosas. La historia no es nueva, hasta es posible que Ud. o yo, hayamos iniciado nuestras vidas a partir de una escena semejante.

Pero ahora sí, quiero hablarle del Día de la Mujer:

La primera convocatoria tuvo lugar en el año 1911 en Alemania, Auatria, Dinamarca y Suiza extendiéndose su conmemoración, desde entonces, a numerosos países. En 1977 la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) proclamó el 8 de marzo como Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. Es fiesta nacional en algunos países, según declara la Wikipedia, y este año, 2013, estará dedicado a la lucha para erradicar la violencia contra la mujer. Golpeadas, mutiladas, quemadas, humilladas o simplemente engañadas, las mujeres somos victimas de las peores atrocidades.
¿No es hora de que una parte de la humanidad se empiece a preguntar por qué ejerce tanta impiedad sobre la otra?
Desde mi juventud hasta ahora, muchas cosas se consiguieron, pero el tema sigue sin resolverse.
Obtuvimos leyes en contra de la violencia y ya muchos se abstienen de imponer su voluntad a los golpes, aunque, otros, indirectamente inspirados por Cromagnon, queman a sus mujeres.
Obtuvimos la libertad de ser trabajadoras y aunque aún la igualdad de derechos no es una realidad, lo será seguramente en poco tiempo Claro que ahora las chicas no tienen solo derecho al trabajo remunerado, sino también la obligación de desarrollar doble jornada laboral: como madre ( muchas, incluso, de sus maridos) y también como operaria, empleada o profesional porque con los dinerillos de un solo sueldo no alcanza.
Obtuvimos el derecho al voto, pero ningún presidente (y los tuvimos muy malos) recibió tantas criticas como la actual Presidenta de la Nación. Dichas críticas incluyen su aspecto físico y su vida privada aunque los denunciantes entiendan bien poco de lo que es gestión de gobierno.  
Obtuvimos la libertad sexual, pero perdimos el hogar compartido. Pocos hombres aceptan el compromiso formal o esperan a ser bastante mayores y al fin se comprometen con mujeres mucho mas jóvenes  las cuales, por ley biológica, se encontrarán solas o a cargo del cuidado del anciano padre de sus hijos.
Y ya que hablamos de imperativos biológicos  recordemos que el ser humano es una construcción natural, siempre procurando olvidar lo natural. Esto desde luego es imposible, pero algunos viven como si no lo fuese. Y si somos sinceros, los varones lo consiguen bastante mejor. Las  mujeres, en cambio, estamos sometidas a ciclos durante toda la vida. La posibilidad de la aparición de otro en el cuerpo propio es una experiencia bastante intensa gracias a la cual nuestros límites se difuminan permitiéndonos una identificación mayor con los demás  Tal vez por eso las mujeres nos encargamos, salvo execrables excepciones, de la paz y no de la guerra.
¿Será por eso que la ONU reúne en un solo día a la Paz y la Mujer? ¿O será que sigue considerando a la mujer tan sólo como “el reposo del guerrero”?
Niego totalmente este último caso, pero me animo a considerar el primero. Eso si, con condiciones. Si nos van a considerar  garantía de paz, es decir de vida, exigimos el poder necesario para hacerlo posible,os d
Necesitamos que la sociedad respete la maternidad, que es la tarea femenina por excelencia. Y fundamentalmente, que se respeten los frutos de la maternidad, los hijos, al menos tanto como se respeta el fruto del trabajo masculino, que es el dinero.
En tanto y en cuanto la acumulación de capital esté por encima de la condición humana, creo que nuestra tarea como defensoras de la paz sera inútil y no nos queda mas opción que seguir defendiéndonos de nuestros amantes, y protegiendo a nuestros hijos como podamos.
Pariendo, a como de lugar, con la esperanza de alumbrar a los hombres que, algún día, se abrirán paso en nuestras entrañas por amor y por la vida, porque habrán aprendido a no dañarse a si mismos o a otros, o sea, sabrán sublimar su violencia. Ada Fanelli.

jueves, 14 de febrero de 2013

El Día de los Enamorados



Día de San Valentín. Como siempre para estas épocas en nuestro hemisferio, el calor arrasa con la voluntad, lo cual no está tan mal como marco para el "Día de los enamorados".
Según la Wikipedia, no es un asunto inventado por los comerciantes deseosos de ganancias extra. La tradición se remontaría a tiempos muy antiguos, cuando un sacerdote romano -Valentín- desafió al emperador Claudio en nombre de los enamorados que sufrían una época de veda, obligados a marcharse a la guerra.
Se hizo santo cuando devolvió la vista a Julia, noble romana. De cualquier manera, no le sirvió para evitar el martirio, tan de moda en aquellas épocas. Después de su muerte, la beneficiaria del milagro plantaría rosas blancas sobre la tumba de su benefactor, que devendrían símbolo del amor.
Otros buscan, incluso, en la tradición grecoromana.   Las festividades de Cupido o Eros,  el dios que había conseguido desposar a Psique su enamorada, en contra de la voluntad de su señora madre, Venus.
Ella exigió el resguardo de la belleza de su vástago  poniendo como condición que Psique nunca lo contemplara a la luz del día. Así, las relaciones fueron siempre nocturnas en épocas en que ni se soñaba con una lamparita eléctrica. Todas las noches, Cupido llegaba hasta la ribera del lecho de su amada para marcharse antes del amanecer.
Pero dos debilidades humanas afectaron a Psique: la curiosidad y la envidia de sus hermanas, quienes aseguraban que el amante se protegía en la oscuridad porque debía ser muy pero muy feo, un verdadero monstruo. Tentada, la joven encendió una vela. Tan admirada quedó de la belleza de su marido, que no vio como una gota de cera caía sobre su pecho y lo despertaba. Cupido, sujeto a la promesa hecha a su señora madre, desapareció para siempre. Desde entonces, dicen que Psique -el Alma- peregrina en busca de Eros-Cupido, el Amor.
Inmortales, las historias griegas siguen vigentes más allá de los tiempos: las envidiosas, la suegra, el marido pusilánime y la chica que es feliz mientras no ve, pero cuando la curiosidad le abre los ojos, pierde como en la guerra.
Pero bueno: ¿Es imprescindible ser-hacerse el tonto para estar enamorado? Dicen las malas lenguas científicas que las mujeres sufrimos un rápido descenso de la inteligencia cuando nos enamoramos. Y con seguridad tod@s podemos aportar algún ejemplo.
¿A qué se debe? La teoría que propongo no pretende sobrevivir al tiempo, pero tal vez nos sirva para pensar en estas épocas de crisis para los amantes y para el amor. Tiempos de "touch and go", de "sin compromiso", etc.
Mi teoría es simple: cerramos la mente cuando abrimos el corazón, aunque éste no es un problema del corazón sino de la mente. Me explico: el enamoramiento es el fundamento de la pareja humana, y la pareja humana es el fundamento de la vida. Sin la atracción entre un hombre y una mujer ni yo escribo ni usted lee.
Pero claro, la vida es una cosa loca. El único argumento posible para seguir vivo es "porque se me da la gana". Sin embargo, el deseo es una condición necesaria pero no suficiente para vivir. No alcanza con querer para realizar las tareas cotidianas imprescindibles para la subsistencia. Para nosotros, respirar no es gratis. Necesitamos adaptar un entorno al que no nos adaptamos, y hacerlo todo el tiempo. Se llama trabajo. Con el agravante de que cuando terminamos de cambiar el mundo, también nosotros cambiamos tanto que ese mundo ya no nos sirve y hay que empezar de nuevo.
Pero vamos a ver, señores: ¿Quien en su sano juicio aceptaría tamaña tarea? Nadie, con total seguridad.
Pasó mucho tiempo desde que algún poeta pergueñara la historia de amor de Psique y Cupido. Mucho desde que Valentín devolviera a la cieguita romana su visión. Sin embargo, el asunto sigue vigente.
Día a día, sesudos jurisconsultos y profesionales de la salud se levantan por la mañana intentando reparar los daños que producen los palos de ciego que dan los amantes por las noches, y con relativo éxito, todo hay que decirlo. Sin embargo, seguimos cerrando los ojos cuando nos enamoramos.
¿Por qué lo hacemos? Muy simple: porque le tenemos miedo a la vida. Así de sencillo. Y para hacerle frente, se necesita ir con el corazón dispuesto y no pensar demasiado.
Sigue siendo la formula. Aunque...¿Qué pasaría si enfrentamos a la vieja, a las hermanitas, a lo "razonable" en nosotros mismos y les aclaramos que, si bien tienen toda la razón del mundo,  y el amor es un gran disparate, no tenemos opciones, porque no amar, es muchísimo peor?
Y nos jugamos y aceptamos los riesgos, las criticas ajenas y las frustraciones propias.
Bueno, tal vez pido mucho. Pero para eso son las tradiciones, para recordarnos que seguimos vivos. Están empezando a caer las primeras gotas. Que lindo el amor mientras llueve. Feliz día de San Valentín para todos. Ada